Según diversos estudios, Centroamérica es el territorio continental del trópico en el mundo que más se verá afectado por el cambio climático. Quizá por ser esa delgada cintura de América, como decía el poeta salvadoreño Roque Dalton, apretujada entre dos grandes océanos. La elevación global de las temperaturas alterará nuestro clima: algunas áreas del Istmo, y Costa Rica estará en esas, se volverán bastante más secas y, en vez de un invierno prolongado, tendremos dos estaciones lluviosas cortas y ralitas.
El problema, sin embargo, no es que habrá más tiempo para broncearse. Las alteraciones climáticas afectarán nuestra flora y fauna, extinciones incluidas, reducirán nuestras disponibilidades de agua para la vida y, en especial, harán inviable la manera como producimos nuestros alimentos y las exportaciones agropecuarias. Estos cambios no se darán de un solo tiro, como que un día nos levantamos y decimos: “¡Caramba!, parece que hoy amanecimos con el cambio climático”. Será como un deslizarse gradualmente por un sendero de cosas poco vistas en nuestros lares.
Piensen en las siguientes situaciones, todas perfectamente posibles. Una ciudad de tres millones de personas (San José) con poca agua, severos racionamientos diarios y muchos barrios con veinte horas sin líquido. Antiguas zonas cafetaleras semiabandonadas, pues las matas de café, las que sobreviven, dan bajísima producción, pues se alteró el proceso de floración. Y en Guanacaste, una sequía de varios años.
¿Otra vez Varguitas predicando el Apocalipsis? No soy ningún experto en el tema y escribo basado en el conocimiento ajeno. Puede ser que las predicciones no sean muy precisas, pero el conocimiento científico disponible apunta con claridad en la dirección comentada. “En guerra avisada no muere soldado”, reza el viejo dicho. En esto, cuando la vida está de por medio, es mejor errar por precaución.
La clave aquí es empezar vigorosamente a hablar de la adaptación al cambio climático tanto en la producción como en nuestras vidas: cuidar más el agua, cambiar métodos de producción, bajar las emisiones de carbono, entre otras cosas.
Por ello, me sorprende que el reciente acuerdo mundial de París sobre cambio climático, imperfecto como es, haya pasado casi inadvertido en nuestro país (más relevancia tuvieron los toros de Zapote).
París es una tabla de salvación para un país como el nuestro y una llamada de atención de que vamos tarde. Y, por cierto, me alegra que una costarricense haya sido pieza medular en ese acuerdo.
Jorge Vargas Cullell es gestor de investigación y colabora como investigador en las áreas de democracia y sistemas políticos. Es Ph.D. en Ciencias Políticas y máster en Resolución alternativa de conflictos por la Universidad de Notre Dame (EE. UU.) y licenciado en Sociología por la Universidad de Costa Rica.