Por muy espiritual que sea el origen de las festividades navideñas, mientras estas duren no se debe filosofar ni profetizar –sería de mal gusto– y, si de especular se trata, se hará solamente en el ámbito comercial.
De modo que, si la futilidad y la fugacidad son fantasmas que asedian a un columnista, peor le va mientras escribe, para un domingo de mediados de diciembre, un texto que sabe destinado a un número muy reducido de personas.
En estos días, lo sabemos, la preocupación dominante es la búsqueda, en tiendas y supermercados, de las más cristianas manifestaciones de la felicidad: no se dispone de tiempo para dedicarlo a lecturas más o menos perturbadoras que, a escasas tres semanas de año nuevo, solo merecen un olvido fulminante; pero, lamentablemente, cuando surge el equivalente a aquel Houston, we have a problem, de los astronautas en dificultades, no podemos esperar hasta después del desayuno para empezar a ver cómo hacerle frente a la emergencia.
Dormiremos tranquilos tres noches más antes de que la Corte Internacional de Justicia haga público su veredicto sobre los litigios que en este momento separan a Costa Rica y Nicaragua. A estas alturas, seguramente el texto está redactado y bien podemos afirmar que en las próximas 72 horas las plegarias serán más útiles que las especulaciones.
Pero sí podemos –y debemos– pensar en lo que nosotros, costarricenses y nicaragüenses, estamos llamados a hacer cuando lo hayamos conocido. Y no nos referimos a lo que los gobernantes y los dirigentes políticos de ambos lados de la frontera nos dirán que debemos pensar, sino a lo que el sentido de responsabilidad nos dictará a cada uno de nosotros –tico o nica–, no de cara a nuestros gustos o nuestras pasiones, sino de cara al futuro que deseamos para nuestros nietos, quienes no tienen por qué ser perjudicados por errores adicionales a los que ya han cometido los gobiernos y a los que bien pudiera cometer la Corte que está a punto de pronunciarse.
No olvidemos que fueron los políticos quienes sembraron la semilla de los litigios que nos tienen en vilo, por lo que dejar todo en sus manos podría ser lo menos saludable para nuestra descendencia. Una lectura reciente nos hizo recordar que, antes del casi festivo estallido de la Primera Guerra Mundial, todos los gabinetes de Gobierno y los Estados mayores de Europa juraban haber planeado un conflicto militar breve, no la escabechina que resultó finalmente. Nadie tiene derecho a encender los ánimos a la ligera.
Fernando Durán es doctor en Química por la Universidad de Lovaina. Realizó otros estudios en Holanda en la Universidad de Lovaina, Bélgica y Harvard. En Costa Rica se dedicó a trabajar en la política académica y llegó a ocupar el cargo de rector en 1981.