Blanco y negro. Bien y mal.
El mundo como una dicotomía donde hay que escoger necesariamente. O están conmigo o están contra mí.
Impuesta muchas veces por inapelables razones naturales (noche y día) o geográficas (Oriente y Occidente), esa visión polarizada ha determinado el comportamiento y forma de ver la vida de millones de seres durante cientos de años.
Llevada al plano de las ideas políticas y económicas, tal dicotomía enfrentó al hombre con sus semejantes por siglos, en una contienda de escasos tonos intermedios, de la que quizá el ejemplo más representativo haya sido la pugna capitalismo-comunismo.
En un contexto más reducido, tenemos demócratas versus republicanos en los Estados Unidos; laboristas versus conservadores en Gran Bretaña; liberales versus conservadores en Colombia. Sin espacio para terceras opciones.
En el caso particular de Costa Rica, aunque durante unos 40 años se trató de liberacionistas versus antiliberacionistas, con la consolidación de las fuerzas opositoras en el Partido Unidad Social Cristiana, hoy se habla -al menos en el papel- de socialdemócratas versus socialcristianos.
Alternándose el poder durante décadas, esas parejas -como en un matrimonio- son capaces de terminar pareciéndose entre sí de tal forma que por momentos lo único que los diferencia es el color de la bandera.
Esa es la situación al menos en Costa Rica, donde ya da lo mismo que esté gobernando el PLN o el PUSC.
¿Tiene razón entonces ese 60 por ciento que ve con buenos ojos el surgimiento de una tercera fuerza, según la última encuesta de UNIMER?
Esa opinión mayoritaria es un síntoma más del descontento y desencanto de los ciudadanos con la situación actual. Y constituye una clarinada para el Estado, que tiene la obligación ineludible de allanar los caminos para evitar que las nuevas corrientes se asfixien en el cerco de dominio de los partidos tradicionales.