Don Oscar Arias desnuda con crudeza uno de los más vulnerables flancos de nuestro reciente acontecer político: intentar transformar en semana y media las instituciones de un país sin una discusión seria puede ser contraproducente.
El agravante del conflicto magisterial prueba, quizás, lo que paga ahora el Gobierno al precipitar, con buena intención pero con mal cálculo de consecuencias, la aprobación de la nueva ley de pensiones.
Hoy el enfrentamiento con el sector educativo, en medio de rígidas posiciones de las partes, tiende a agravarse en perjuicio, fundamentalmente, de casi un millón de estudiantes.
¿Se debe conducir al país a estos grados de confrontación? ¿Está renunciando nuestra clase dirigente a una voluntad sincera de diálogo? ¿Puede más en unos el sectarismo y la imposición, y en otros, el autoritarismo? ¿Es procedente que unos cuantos dirigentes sindicales persistan ciegamente en luchas, loables algunas, pero sin ceder ni reconocer la ineludible transformación a que se expone el país?
Tanto las palabras de Arias como las características del atascado lío con los educadores deben ser fuente de una reflexión profunda e inmediata en todos los sectores y dirigentes responsables.
Flaco servicio se le hace a la democracia cuando --según interpretamos a Arias-- por un "sacrosanto" pacto político, se convierte a la Asamblea en una fábrica de embutidos legales.
Pero no menos pernicioso es en este ambiente un gremialismo obtuso, de trasnochada retórica, favorecido, lamentablemente, en el caso concreto del conflicto magisterial, por una actitud
gubernamentalintransigente,queobstacu-liza soluciónes al problema. Creo que el país nos demanda a todos mayor sensatez.