Diana Gunther García podrá culminar su educación primaria con las pruebas de sexto grado, lo cual tiene un doble significado: probar que una niña con síndrome de Down es capaz -a pesar de sus deficiencias- de obtener éxitos intelectuales proporcionalmente equiparables a los de los niños normales y que sus logros, dentro del sistema educativo del país, favorecerán en lo futuro a otros pequeños iguales a ella.
Para la sociedad costarricense, la lucha de Diana y de sus padres también pone a prueba el desarrollo de la enseñanza especial y del programa de aulas integradas, dentro de las escuelas públicas.
Las aulas integradas pretenden evitar la segregación y el aislamiento de los escolares con deficiencias significativas para el aprendizaje y motivar a los educandos normales a aceptar a los otros como diferentes pero iguales; además, obviamente, de aprovechar las instalaciones existentes.
Sin embargo, de acuerdo con algunas experiencias, esos objetivos no siempre se cumplen. Los participantes en el programa son, en ocasiones, estigmatizados, subestimados y marginados por niños y adultos.
A diferencia de lo anterior, Diana asistió a la escuela pública de Fátima de Heredia junto con niños normales. Ella se acogió al plan de adecuación de los programas de estudio, el cual fue diseñado para escolares con dificultades leves de aprendizaje.
El obstáculo que había que salvar consistió en que el Consejo Superior de Educación autorizara -como lo hizo- adaptar las pruebas de sexto grado a sus estudios.
Una lección de amor de padres, maestros y compañeros que complementó la respuesta rápida y flexible de las autoridades de instrucción pública. Diana -una adolescente de 13 años que practica el ballet y la natación y gusta de la lectura- es ya un ejemplo para quienes no asumen compromisos y retos, en materia educativa. Y la escuela de Fátima también lo es.