Estuvo seis días en la morgue judicial, sin ser reclamado y sin identidad. Solo hasta ayer se supo que era Máinor Madrigal Gamboa, un niño de la calle.
Tenía 15 años de edad. Era el menor de siete hermanos y sobresalía como el más inquieto. Nació en Pérez Zeledón y desde 1993 no tenía una madre que lo cuidara. Ella murió de cáncer tras batallar por darle sustento y una educación primaria que él nunca concluyó. No tenía padre pues este abandonó el hogar hace mucho tiempo.
Máinor llegó a San José hace un año. Venía de Pérez Zeledón y cometió fechorías para poder comer. A las 3 a.m. del miércoles, cuando robaba el radio de un taxi en barrio Vasconia, fue capturado.
Su detención fue el paso hacia la muerte pues nunca llegó al Centro de Ingreso y Referencia, en San Luis de Santo Domingo de Heredia. Dos policías están ahora acusados por el deceso.
El quinceañero falleció al ser aplastado por varios vehículos en la carretera a Guápiles tras caer -en un confuso incidente- del auto en que era llevado por los dos oficiales.
Aunque no es el caso de Máinor, muchos otros jovencitos de la calle son fruto de jornadas de sexo irresponsable, en que por placer, ignorancia o licor, una mujer desvalida y un holgazán se convierten en instrumento para crear humanos y tirarlos a la calle.
Es obvio que en las zonas rojas y precarios esto es cosa de todos los días. Son sitios de mujeres embarazadas de por vida y vagabundos de hamaca y licor por siempre. No todos viven así, pero sí son muchos. El procrear se les ha vuelto como un juego por la ausencia de educación sexual o informes sobre planificación.
Solo traen al mundo niños y niñas que sufren penuria tras penuria. Que no tienen un buen hogar por las trabas burocráticas de adopción. Son hombres y mujeres sin educación y oficio decoroso. Unos terminan como delincuentes y otras como prostitutas.
A todos estos padres irresponsables solo queda aplicarles la esterilización.