Más peligrosas que las grietas viales son las grietas institucionales que asoman en nuestra sociedad. Son varias:
Entre las ofertas a votantes, comunidades y sectores, y la falta de cumplimiento: "bonos" de vivienda sin honrar, promesas de obras sin construir, compromisos negociados sin ejecutar.
Entre los presuntos deberes de los funcionarios públicos y la impunidad al ser incumplidos: nadie renuncia o cae ante la incapacidad de arreglar las calles o el irrespeto a la independencia de otros poderes.
Entre el concepto de representatividad política y su ausencia en las elecciones legislativas y municipales: seguimos votando por listas compactas de partidos, no por candidatos individuales a quienes pedir cuentas.
Entre la normativa para guiar la administración pública y las entidades que deben aplicarlas: el Contralor se queja de una anarquía en el gasto estatal por falta de una observancia adecuada y eficaz de las reglas.
Todo esto se reduce, en fin, a una grieta más general: entre quienes toman las decisiones y aquellos a quienes afectan; entre funcionarios y usuarios; entre políticos y votantes.
Para corregirla es necesario volver a ciertos principios básicos de la democracia: respeto a la inteligencia ajena, rendimiento de cuentas, representatividad verdadera, cumplimiento de responsabilidades.
Pero los principales responsables no parecen darse cuenta y, mientras tanto, siguen "buscándole la comba al palo" y alimentando la ya seria frustración ciudadana.