¡...hasta que un juzgado nos separe! Esa es la frase oculta que llevan prendida en su traje de matrimonio 35 parejas costarricenses, según un reciente reportaje de la periodista María Isabel Solís en el que se revela que el número de divorcios por cada mil enlaces pasó de 25,42 --en 1990-- a 35,34 durante 1995.
Incluso se asegura que la cifra puede ser mucho mayor, pues los funcionarios del Registro Civil que aportaron los datos iniciales reconocen que en el país no se reportan todas las separaciones.
Según los especialistas, las causas de la ruptura son variadas (aunque hay un marcado predominio del adulterio y la agresión) y pueden ir desde el choque cultural hasta la incapacidad de negociación de alguno de los cónyuges.
Interesa destacar, sin embargo, dos de esas razones que esgrimen los expertos: la independencia económica de la mujer al entrar a la vida laboral y la menor sumisión de la mujer ante su independencia económica.
Al contrario de cualquiera de los otros motivos, que prácticamente en su totalidad encierran una ofensa grave --consumo de drogas, tentativa de corrupción, por ejemplo-- o son ajenos al núcleo familiar --problemas de hogar por la crisis económica del país--, los dos citados anteriormente son "pecados" que llevan en sí mismos la penitencia.
Las fricciones ocasionadas por la mayor independencia económica de la mujer y su menor sumisión al dominio material del hombre, marcan un derrotero en sentido contrario al estereotipo tradicional de la relación de pareja. Son el contrapunto a la clásica concepción machista y como tal deben ser defendidas.
Entiéndase bien. No se trata de echar por la borda un matrimonio al primer mal gesto que haya ni que se abuse de las nuevas libertades, sino que quede muy claro quién debe revisar sus esquemas si la amenaza de divorcio lleva como sello alguna de esas dos causas.