Hay instantes en que la mente y el cuerpo se niegan a vivir más. Son instantes en que ese ser humano, radiante y casi perfecto, decae. Está mortalmente enfermo y, lo peor... está vivo. Inválido, tendido en una cama, arropado y rodeado de aparatos y mangueras, capta cada zona de dolor.
Percibe cada esfuerzo de médicos y enfermeras por mantenerlo con vida. Siente la angustia de parientes y amigos cuando lo ven en ese lecho de muerte. Querámoslo o no, en esos instantes hay derecho a dejar de vivir.
Un estudio de la Fundación Robert Wood Johnson, realizado entre 10.000 personas, publicado por el Colegio Médico de los Estados Unidos, demostró que los esfuerzos de especialistas para prolongar la vida de una persona, a menudo aumentan su agonía y muchas mueren conectadas a una máquina, solas y presas del dolor.
"La muerte solía ser el enemigo de los médicos. Ahora sabemos que podemos crear peores consecuencias que la muerte misma", afirmó el director del análisis, el médico William Knaus.
Quizás un domingo como hoy no sea el día adecuado para hablar de muerte. Pero el tema del "suicidio asistido", como el que practica en los Estados Unidos el doctor Jack Kevorkian, debe comenzar a discutirse en Costa Rica antes de que llegue a funcionar ilegalmente.
Este médico, que ha reconocido su intervención en 27 decesos y que no ha podido ser acusado de asesinato, tiene una máquina llamada mercitrón, la cual actúa cuando el paciente pulsa un botón y automáticamente le inyecta un barbitúrico que lo mata.
En Australia, el 22 de febrero, se dio la primera ley mundial que legaliza la eutanasia en adultos mortalmente enfermos. Antes, debe comprobarse la claridad mental del paciente y demostrarse que disponga de un año de vida o menos.
Cláusulas similares podrían discutirse aquí, donde muchos tenemos o hemos tenido familiares y amigos casi muertos, pero con un hálito de vida.