He mantenido silencio a la espera de que cediera el encrespamiento de las aguas, agitadas por el fallo de la Sala Cuarta contra la colegiación obligatoria de los periodistas. Pero, como la calma no emerge y se plasman en letra impresa los más variados despropósitos por parte de algunos sectores antagónicos, considero oportuno, en esa tesitura, hacer un llamamiento al respeto mutuo.
Como defensor del estado de derecho por más de tres decenios en este diario, acato --aunque no me guste-- la decisión de la Sala Constitucional. No podría ser de otra manera si el apego a los preceptos constitucionales ha normado mi existencia. Pero no puedo hacer como aquellos gobernadores españoles que, cuando llegaba una disposición de la Metrópoli, decían: "Se acata --un virtual acuse de recibo--, pero no se cumple."
Ahora bien, el espíritu que prevaleció entre los fundadores del Colegio de Periodistas fue enaltecer una profesión que cumplía un papel preponderante en el quehacer nacional; de ahí que, en forma paralela a su nacimiento, se creara la Escuela de Ciencias de la Comunicación Colectiva para dar al colegiado la preparación debida y el consiguiente rango académico. Tanto es así, que fui uno de sus primeros alumnos --pese a varios años de ejercicio profesional-- y luego profesor de esa unidad académica.
Pero, !por Dios, señores!, me niego a aceptar algunas especies que se han lanzado. Con periodistas obligatoriamente colegiados o sin ellos, la entidad saldrá adelante regulando una actividad que requiere un bagaje ético y moral, así como normas ejemplares de conducta, para cumplir a cabalidad con la misión contralora del periodismo, necesitado de una constante superación. Finalmente, solo me queda recordar que algunos de nuestros detractores, que se han distinguido por la virulencia de sus ataques contra el Colegio, siempre ejercieron su libertad de expresión y pensamiento en columnas de opinión de este y otros diarios. Sin ser colegiados, que conste. Entre lo mucho que me ha enseñado este país, está el que no se puede hacer leña del árbol caído. Amén.