Si no fuera porque resultaría desesperadamente trillado (al punto de que Gabriel García Márquez no entablaría una demanda por semiplagio sino por falta de originalidad), las notas periodísticas de hoy sobre el incidente acaecido ayer en la Unidad de Admisión de San Sebastián, debieron haberse titulado, todas, "Crónica de una bomba anunciada".
Para quienes no se hayan enterado aún del hecho, pues simplemente ayer, como a las 2 p.m., cuando los internos debían estar tomando una siesta o lavando su ropa, dos de ellos decidieron dedicarse a algo más "creativo": lanzar un par de bombas para provocar una confusión y con un poco de suerte, salir no por la puerta grande pero sí al menos por algún huequito dejado sin vigilancia a causa de la detonación.
Solo uno de los artefactos estalló, con el saldo de un herido y sin ningún fugado, pero la advertencia que encierra el hecho es preocupante.
La Unidad de San Sebastián --creada hace 14 años-- fue concebida para mantener a todos los sospechosos y no enviar así a nadie a una cárcel mientras no hubiera sido condenado.
Hoy, lamentablemente, está convertida en una prisión más, y atroz, a juicio de expertos internacionales: cada interno tiene 1,5 metros cuadrados para vivir, hay una sobrepoblación del 80 por ciento, el agua está racionada y la comida es de mala calidad.
Aparte de eso, el edificio se halla ubicado en una zona densamente poblada, con escuelas, un hospital y otras instituciones en los alrededores, lo cual permite inferir fácilmente las consecuencias que podría tener un estallido de violencia en la unidad.
Urge, por tanto, apresurar las medidas en que se trabaja para empezar a solucionar el problema de San Sebastián.