Columnistas

Nuestro ángel de la guarda

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  • Victor Hugo Murillo S.
    Dios nos tiene mucha misericordia. Y, no sé por qué, a veces creo que con este país es especialmente indulgente. Es la única explicación terrenal que encuentro sobre la buena fortuna que nos acompaña.

    Si no, mire a su alrededor. En las carreteras, las imprudencias y la temeridad de muchos conductores están a la orden del día. Por suerte quedan unos cuantos sensatos, aferrados a esas añejas normas de urbanidad y a la responsabilidad (valor también en serio riesgo de extinción), lo cual muchas veces evita que esa guerra no declarada cobre más bajas.

    Ni qué decir de la conducta de los peatones, lanzados a la brava a sortear carros, o de quienes simplemente se estacionan en las aceras. Y usted tírese a la calle, ¡y juéguesela!

    En mis caminatas diarias por algunas vías de Tibás, con frecuencia me topo a dos "compañeros" que me producen -en el mejor de los casos- escalofrío: camiones cisternas (con gas licuado u otros combustibles) y madereros con trozas apiladas.

    Tras el accidente de un tanquero en la Interamericana Sur, quedamos enterados de algo que tampoco constituye sorpresa: en este valle de lágrimas no hay ninguna reglamentación para el acarreo de ese tipo de carga; cada quien lo hace como le da la gana.

    Por lo menos mi escalofrío no es injustificado. Mientras nuestras autoridades desempolvan el proyecto de reglamento y dejan de tirarse la pelota sobre a quién le corresponde "ponerle el cascabel al gato", recemos para que un día de estos no nos abrase un hongo de fuego o no nos aplaste un tronco (crucemos los dedos para que esas cadenas y calzas de veras estén bien puestas).

    Porque si esperamos a que el Estado actúe...

    Ojalá Colochos nos siga viendo con tanta bondad y paciencia, y no nos retire el ángel de la guarda. Que así sea.

    Victor Hugo Murillo S.

    Dios nos tiene mucha misericordia. Y, no sé por qué, a veces creo que con este país es especialmente indulgente. Es la única explicación terrenal que encuentro sobre la buena fortuna que nos acompaña.

    Si no, mire a su alrededor. En las carreteras, las imprudencias y la temeridad de muchos conductores están a la orden del día. Por suerte quedan unos cuantos sensatos, aferrados a esas añejas normas de urbanidad y a la responsabilidad (valor también en serio riesgo de extinción), lo cual muchas veces evita que esa guerra no declarada cobre más bajas.

    Ni qué decir de la conducta de los peatones, lanzados a la brava a sortear carros, o de quienes simplemente se estacionan en las aceras. Y usted tírese a la calle, ¡y juéguesela!

    En mis caminatas diarias por algunas vías de Tibás, con frecuencia me topo a dos "compañeros" que me producen -en el mejor de los casos- escalofrío: camiones cisternas (con gas licuado u otros combustibles) y madereros con trozas apiladas.

    Tras el accidente de un tanquero en la Interamericana Sur, quedamos enterados de algo que tampoco constituye sorpresa: en este valle de lágrimas no hay ninguna reglamentación para el acarreo de ese tipo de carga; cada quien lo hace como le da la gana.

    Por lo menos mi escalofrío no es injustificado. Mientras nuestras autoridades desempolvan el proyecto de reglamento y dejan de tirarse la pelota sobre a quién le corresponde "ponerle el cascabel al gato", recemos para que un día de estos no nos abrase un hongo de fuego o no nos aplaste un tronco (crucemos los dedos para que esas cadenas y calzas de veras estén bien puestas).

    Porque si esperamos a que el Estado actúe...

    Ojalá Colochos nos siga viendo con tanta bondad y paciencia, y no nos retire el ángel de la guarda. Que así sea.

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