Negociaciones sobre las garantías económicas a última hora.
Aprobación para que el presidente José María Figueres viajara a Europa a última hora.
Búsqueda de un arreglo con Millicom a última hora.
Gestiones para la extensión en los vencimientos de créditos internacionales a última hora.
Y sume muchas otras discusiones, negociaciones y decisiones de última. La lista es larga.
¿Qué nos pasa que no podemos definir grandes --y también pequeños-- temas nacionales con al menos cierta holgura y serenidad? ¿Por qué demorar tanto en decir sí, no, o en buscar un arreglo sobre asuntos de importancia? ¿Por qué este enfermizo hábito de la suspensión, del paréntesis que sigue abierto, de los puntos suspensivos interminables, de bailar sobre el abismo? ¿Por qué actuar de forma que se tenga que llegar a soluciones chapuceras, en muchos casos rechazadas por la Sala IV o desarticuladas por la testaruda realidad?
No basta echarle la culpa al "carácter tico". Hacerlo es aceptar un determinismo que perpetúa la irresponsabilidad.
El mal, al menos en el campo político, no se asienta en carácter nacional alguno, sino en una persistente negativa para plantear objetivos, aclarar prioridades y, sobre la base de ellos, discutir claramente.
El episodio de un proyecto tan importante como el de las garantías económicas lo revela crudamente, como antes tantos otros casos.
¿Cuándo podremos revertir esta tendencia?