Vaya usted a saber qué es lo que afecta a nuestros políticos. ¿Candorosidad? ¿Ingenuidad? ¿Inocencia? ¿O pasarse de vivillos?
Hoy es el caso del posible arribo "legal" de Carlos Salinas de Gortari, expresidente mexicano y el veloz y desprendido ofrecimiento oficial de refugio. Por poco le ofrecen ir a recibir al aeropuerto, extenderle alfombra roja y decretar asueto. ¿A cambio de qué tanta generosidad?
Tras abandonar en secreto su país, Salinas vive un deshonroso destierro desde el 10 de marzo de 1995 y deambula cual tránsfuga político. Estados Unidos parece que le quemaba; luego Canadá. Se habla de Cuba, como otro de sus escondrijos y ahora... nada menos nos correspondería tenerlo como posible huésped. ¿Lo merece?
De su gestión, calificada por muchos como un "modelo de exportación" solo quedan añicos.
El presidente Ernesto Zedillo no ha tenido empacho en acusarlo como el gran culpable de la pesadilla en que México cayó desde diciembre de 1994.
Pero más allá de ese lastre político, causan estupor las múltiples versiones mexicanas y estadounidenses sobre el marasmo de corrupción que caracterizó su sexenio.
Muchas de esas versiones basadas en referencias de organismos norteamericanos como el FBI y la DEA no han dudado en destapar también las supuestas conexiones -impunes por lo demás- de carteles de la droga y del grupo íntimo, familiar de Salinas.
¡Qué decir del fango en que su apellido se revuelca debido a las investigaciones de dos horrendos asesinatos de políticos, el del excandidato presidencial Luis Donaldo Colosio, uno de ellos.
Salinas prefiere el exilio. Calla. Huye.
¿Merece que le abran las puertas de Costa Rica de par en par?