La crisis que sacude a Fuerza Democrática (FD) inevitablemente recuerda episodios similares que acabaron con coaliciones y partidos que, como ese, pretendían ofrecer una tercera opción política al ciudadano.
En reiteradas ocasiones, las encuestas han revelado la insatisfacción de un importante sector de la población con las dos principales agrupaciones -Liberación y Unidad-. En febrero de 1994, con apenas siete meses de gestación, Fuerza Democrática logró dos diputaciones y unos 30 regidores. Un buen augurio.
Lamentablemente, las esperanzas comienzan a esfumarse. Aparecieron las rencillas, los reproches y hasta los ataques personales. El proyecto hace aguas y tal parece que el naufragio está por consumarse.
Lástima grande porque, de cara al elector, será todavía más difícil convencerlo de que se adhiera a una tercera fuerza, por muy desilusionado que esté con las tradicionales. ¿Quién va a querer votar por un grupo si, en poco tiempo, sus líderes están tirándose de los pelos, descalificándose y haciendo casita aparte?
Es poco serio que, frente a la crisis que agita a Fuerza Democrática, haya quienes apunten el dedo acusador hacia Liberación y Unidad. Muy a la tica, ahora resulta fácil buscar afuera a los culpables.
Aun si aceptáramos como cierta la supuesta conjura que los diputados Rodrigo Gutiérrez y Víctor H. Núñez denuncian, ¿por qué hay dirigentes que caen en una jugarreta vieja y harto conocida, según el primero? ¿Falta de convicción o son muy baratos?
También habría que meditar más sobre si la expulsión del legislador Gerardo Trejos fue la mejor salida, si fortalece la imagen democrática o más bien arroja dudas sobre el grado de tolerancia. Y el protagonismo de los Gutiérrez -padre e hijo, uno sucesor del otro en la curul-, ¿no es este el personalismo que en el pasado afectó a otros grupos?
El tercer camino sigue plagado de obstáculos y todavía no encuentra norte.