Lentos trámites, papeleos y análisis de documentos en el Ministerio de Relaciones Exteriores parecen ser los aliados para la extensión del plazo de la estadía como turista en Costa Rica del exvicepresidente ecuatoriano Alberto Dahik.
Su solicitud de asilo político ya lleva en estudio cinco meses, y eso que el canciller Fernando Naranjo dijo, en un inicio, que el caso "tomaría varios días". Días y días han pasado y nada sucede, mientras Dahik sigue prolongando su visa de turista cada 30 días.
Si el Gobierno de José María Figueres le va a decir "sí", que lo haga de una vez. Si le va a decir "no", que hable pronto y ponga fin al suspenso. Para los costarricenses, no sería nada raro tener a Dahik aquí para siempre. Ya hubo casos como el de Robert Vesco, Blanca Ibáñez y otros que huyeron de la justicia de sus países y fácilmente lograron asentarse en Costa Rica.
El perjuicio de estas malas decisiones de políticos y gobernantes de Liberación y la Unidad se proyecta de muchas formas, pero más cuando en reconocidas películas de Hollywood, reportajes periodísticos y libros nos promocionan como el paraíso de los fugados.
Dahik huyó de Quito la noche del 11 de octubre, tras conocer una orden de prisión preventiva dictada por la Corte Suprema de Justicia de su país por supuesta malversación de fondos públicos.
A su llegada a San José denunció que "hay una maniobra judicial de clara intencionalidad política" y que en su país "la función judicial está politizada". Para acceder al asilo político el exvicepresidente debe demostrar fehacientemente este cargo.
De la misma manera, debe hacerlo con su versión: "Se darán pruebas de que es un juicio -el de la Corte- viciado de toda nulidad; demostraré cómo funciona el Poder Judicial que está sometido a presiones políticas." ¿Lo ha podido demostrar? ¿Ha aportado pruebas? Al menos públicamente no. Y en ese caso, su asilo no procede.