Si fuera ciudadana del Reino Unido, no escatimaría esfuerzos por tratar de reversar, por todas las vías posibles, la decisión de salir de la Unión Europea, tomada el pasado 23 de junio.
Pese a que el dimitente primer ministro David Cameron ha afirmado que “la decisión es definitiva”, ya hay voces como la de Nicola Sturgeon, primera ministra de Escocia, que anuncian buscar que el Parlamento escocés vete la salida de la UE.
Si antes el término era brexit, ahora se habla coloquialmente del breguet (juego de palabras entre brexit y regret ) haciendo eco al sentimiento de arrepentimiento de algunos que votaron por el “leave” (irse) y ahora dimensionan las consecuencias de su voto.
El Reino Unido se ha autoinfligido un duro golpe a su maniobrar político: cayó el gobierno en ejercicio, se debilitó el líder de la oposición laborista y se fortalecieron liderazgos sin experiencia, sin claridad y sin hoja de ruta.
A pocas horas de los resultados, los británicos comienzan a experimentar los primeros efectos: la pérdida de valor de la libra esterlina con una baja a niveles históricos, la rebaja de la calificación de riesgo del país y la caída de los mercados.
No solo se ha abierto una herida con la Unión Europea, también ha sucedido entre los países que integran el Reino Unido (ej. Escocia) y, entre sus mismos ciudadanos, una brecha generacional entre los nostálgicos cincuentenarios del sí y los jóvenes que, sintiéndose europeos, reclaman también la pérdida de oportunidades y que su futuro lo definieron otros.
Si había duda sobre la reacción de los 27 países de la UE, ya ha quedado claro que este será un largo y doloroso divorcio, y que una cosa era el Reino Unido dentro de la Unión y otra muy distinta lo será fuera.
Se ha mencionado que el voto por el brexit es el mayor y más reciente exponente del fenómeno antiélites: un voto encendido por la demagogia y las fuerzas populistas que los líderes y expertos, a falta de legitimidad y minada credibilidad, no pudieron vencer.
Ver a una de las más antiguas democracias parlamentarias abatida por la nostalgia, las falsas promesas, el temor y el odio, en nombre de una independencia que ya tienen, es un claro llamado a la reflexión.
Con optimismo, espero que lo sucedido en el Reino Unido motive a los líderes a asumir su responsabilidad de dirigir y convencer, que la experiencia, madurez y meritocracia sean valoradas y la indignación ciudadana sea canalizada responsablemente.