Aunque sin la resonancia mediática que merecieron hazañas policiales similares en Europa y Estados Unidos, fue notable la brillante operación preventiva ejecutada en la avenida central por guardias municipales de San José un día del mes de diciembre del año anterior. El bien logrado propósito de aquel operativo fue impedir que un músico, armado con flauta y guitarra, entonase explosivas melodías que iban a poner en peligro los tímpanos de una indefensa multitud navideña. Mientras esperábamos el anuncio de que el Concejo Municipal concedería distinciones edilicias a los integrantes del eficiente cuerpo represivo, nos sorprendió encontrar en las redes sociales, y en algunos medios tradicionales de información, diversas reacciones negativas provocadas por la fulminante intervención de tan ejemplar fuerza del orden.
Confundidos, nos propusimos identificar, en la historia moderna, un acontecimiento que pudiese ser considerado antecedente inspirador del que protagonizaron nuestros agentes municipales. Tras una serie de lecturas, dimos con una nota relativa a algo acontecido la noche del 4 de abril de 1913 en Praga, por entonces importante ciudad del Imperio austrohúngaro. La esposa de un acaudalado industrial farmacéutico patrocinaba en los salones de su residencia una especie de cenáculo intelectual en el que solían participar científicos, músicos, artistas plásticos y escritores de primera línea como Einstein, Erich Kleiber, Emil Orlik, Reiner María Rilke, Franz Kafka, Rudolph Steiner, Franz Warfel y Erwin Kisch. Como quien dice, una excelente tertulia del parque de Alajuela, pero de dimensiones mamulonas.
Al finalizar la reunión de aquella noche, convocada para escuchar las declamaciones de la eminente poeta alemana Else Lasker-Schüler, quien tenía fama de experimentar exaltados arrebatos místicos, la ilustre invitada quiso salir de paseo en compañía de varias personas entre las que se encontraban Kafka, Werfel y Kisch. Impresionada por la belleza arquitectónica que rodeaba una plaza por la que transitaban, la poeta se inspiró y comenzó a recitar una oda improvisada al tiempo que ilustraba su declamación con expresivos gestos teatrales. Un guardia municipal se acercó a exigirles que “se suspendiera el espectáculo” y, a las aclaraciones de Kafka y sus compañeros sobre la identidad de la artista, el uniformado respondió: “Me importa un comino, aquí nadie tiene permiso para cantar”. Al parecer, la poeta escapó de Praga sin detenerse antes de alcanzar Viena.