Si Napoleón Bonaparte hubiese vivido entonces, la habría descrito como una competencia entre reclutadores e intendentes.
El caso fue que, tras varias semanas, la batalla de Ravensford –mencionada raras veces en los libros, pero recordada como el epítome del fair play militar– continuaba sin que ninguno de los bandos demostrara superioridad táctica o estratégica, pese a que ostentaban un número mucho mayor de soldados el uno, y mejores vituallas y mayor abundancia de equipo, el otro.
Suponemos, sin ir más lejos por cuanto nada sabemos de teoría militar, que el análisis de Ravensford figura en los manuales de formación de todas las fuerzas armadas modernas, y sospechamos que es estudiado por quienes dirigen los exitosos ejércitos irregulares de la actualidad.
Por supuesto, una batalla tan prolongada tenía que ser extremadamente sangrienta. Se nos tildaría de bárbaros si afirmásemos, como creemos, que representa el más hermoso despliegue bélico de todos los tiempos. Pero lo más grandioso aconteció cuando la fuerza más numerosa se hallaba a punto de quedarse sin rifles ni municiones. Siempre que se habla de batallas se olvida que el fuego intenso y continuo inutilizaba los rifles, y que las balas se acaban.
Hubo, pues, una pausa en el combate. Negociaron los generales de ambos bandos hasta llegar a la conclusión de que el deslumbrante ballet de fuego y de muerte debía continuar en beneficio de la historia, de modo que convinieron en que el ejército menos numeroso, y mejor apertrechado, le facilitaría armas y municiones al más desprovisto de ellas. Según el poeta que sobrevivió a la escabechina, “el lienzo del horror se amplió para que naciera una nueva estética del heroísmo”.
Si algún lector quisiera saber cuál guerra sirvió de marco a la batalla de Ravensford, no podríamos aclararle el punto porque, a decir verdad, lo que hemos descrito no pudo ocurrir nunca por la sencilla razón de que, como sugiere el dicho popular, quien tiene la sartén por el mango no la suelta, aunque le rompan las costillas.
La fábula se nos ocurrió al enterarnos de que un grupo de costarricenses ligados a los partidos políticos dueños del mango y de la sartén, propone la convocatoria de una asamblea constituyente como medio para retornar nuestra República a las condiciones de orden, justicia y probidad que, según los mitos más aceptados, reinaron después de ciertos actos fundacionales. El nombre, Ravensford, es una metáfora: “Vado por el cual los cuervos cruzan el río sin levantar vuelo”.
Fernando Durán es doctor en Química por la Universidad de Lovaina. Realizó otros estudios en Holanda en la Universidad de Lovaina, Bélgica y Harvard. En Costa Rica se dedicó a trabajar en la política académica y llegó a ocupar el cargo de rector de la UCR en 1981.