Hasta hace unos años, la defensa del monopolio del Instituto Nacional de Seguros (INS) era una de las causas preferidas de los aficionados al estatismo. El INS no era especialmente popular. Años de escándalos relacionados con millonarios pagos de prestaciones, reaseguros riesgosos y otros infortunios le habían restado brillo.
Quizá el factor más importante en el deterioro de su imagen era el servicio. Todos sabíamos donde estaba la institución, pero pocos la visitábamos, salvo para adquirir un seguro obligatorio. Hasta el 2008, cuando se abrió el mercado de seguros, Costa Rica estaba entre los países menos cubiertos contra riesgos, pese a las evidentes amenazas de nuestro entorno.
La defensa del INS, desplegada con poca convicción, era en el fondo una defensa del modelo estatista en general. Caído el INS, solo Dios sabría si a algún enloquecido se le ocurriría abrir el mercado de la telefonía celular. Con el correr de los años, cualquier cosa podría pasar. Las premoniciones y temores se materializaron juntos con la aprobación del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, Centroamérica y República Dominicana.
Los resultados están a la vista. En el 2009, un año después de la apertura del mercado, el gasto per cápita en seguros era de $140. Apenas pasados siete años, el monto subió a $246. El número apunta a un importante avance, pero sigue muy por debajo de los mejores ejemplos de la región latinoamericana, como Chile con $645 anuales y Uruguay con $379. La vecina Panamá también nos supera con un gasto per cápita de $362.
Los números invitan a reflexionar sobre los motivos de la preservación del monopolio y, en especial, sobre sus efectos. Tan costarricense era el aseguramiento, que muy pocos costarricenses estaban asegurados. Hoy, con 664 pólizas en el mercado frente a las 77 existentes en el 2009, y con 13 aseguradoras en lugar de una, el mercado se expandió con indudables beneficios para el consumidor y, para sorpresa de muchos, el 77% sigue en manos del INS, que supo adaptarse a la competencia.
Lamentablemente, el Instituto Costarricense de Electricidad no ha logrado hacer lo mismo en el campo de la Internet y la telefonía celular, pero basta subir a un autobús para ver el efecto de la apertura sobre los consumidores. A nadie le falta el celular y, si es prepago, en cualquier pulpería lo recarga. ¿Recuerda usted los meses de espera necesarios para obtener una línea telefónica cuando imperaba el monopolio?
Armando González es director de La Nación.