Pensemos cómo sería una sociedad sin memoria colectiva: cada día nadie recordaría lo pasó ayer e iniciaría labores dispuesto a sentir amor por su pareja como la primera vez, trabajar con la misma disposición del primer día y el gobierno tendría tantas ansias por hacer el bien como cuando se estrenó. Digamos que la amnesia no fuera absoluta (sino la hipótesis se autodestruiría), y que retuviéramos alguna memoria individual para recordar pocas pero importantes cosas: la identidad, los afectos familiares, las obligaciones laborales y nuestra capacidad para funcionar.
Una sociedad sin memoria colectiva tendría pocos conflictos: cualquier pereque quedaría, rápido, olvidado. Estaríamos en el país de la paz perpetua y, ¿por qué no?, de la felicidad. A cambio, seguro sería una sociedad abúlica sin iniciativas públicas y privadas a largo plazo (¿y cómo?). Las innovaciones sobrarían: nos estancaríamos en el nivel adquirido y lo nuevo vendría, como eterna sorpresa, del mundo de por allá afuera.
Me dirán: “Varguitas, ¿para qué imaginar situaciones imposibles?”. Vieran que cuando uno piensa en imposibles, la realidad salta por allí, como si la hubiéramos llamado. Pónganse a pensar y verán que, en algunos asuntos, la sociedad costarricense funciona como si no tuviese memoria colectiva: cada cuatro años, un nuevo gobierno plantea un plan de desarrollo parecido al anterior; los debates sobre el tema fiscal son idénticos desde hace dos décadas (y terminan igual); la queja ciudadana contra los gobiernos es reiterativa. ¿Acaso no somos un país bastante calmo y feliz en una región violenta como la América Latina?
Sin embargo, con perdón de Varguitas, esta es una simplificación mentirosa. Hemos hecho cosas con gran visión de futuro como la apuesta por la conservación ambiental, el uso de energías limpias en electricidad, el desarrollo del turismo, el comercio exterior y las artes musicales. Además, ¿cuál “cero estrés”? Aquí todos los días hay, al menos, una protesta social y vean la violencia en nuestras colapsadas calles. Por otra parte, muchos emprendedores jóvenes están inventando cosas interesantes.
No somos una sociedad desmemoriada: jugamos de vivos para, en temas espinosos, barrer esa memoria bajo la alfombra y actuar como si no la tuviéramos. ¿Para qué? Misterio: supongo que así evitamos entrar en diálogo serio con los demás para resolver nuestros dilemas compartidos.