Al abandonar, sin previo aviso, la mesa política del Sistema de Integración Centroamericana, el Gobierno ha hecho aún más necesaria otra decisión torpemente postergada: incorporarnos a la Alianza del Pacífico.
El detonante de lo primero fue la crisis migratoria cubana, pero su trasfondo, según dijo luego el canciller, Manuel González, es la disfuncionalidad del SICA. Como esta situación difícilmente mejorará, y el país –erróneamente– renunció a sus esfuerzos por lograrlo, el retiro será muy largo. Y como no podemos darnos el lujo de quedarnos ayunos de socios geopolíticos cercanos, ingresar a la AP ya no es solo una gran oportunidad comercial, sino una clara necesidad estratégica.
La Alianza, integrada por Chile, Colombia, México y Perú, es mucho más que una suma de acuerdos bilaterales de libre comercio. Busca una integración orgánica y con visión de futuro, que pasa por inversiones, educación, migración, homologación de normas y una creciente concertación política.
La AP representa la octava economía del mundo y suma el 38% del producto interno bruto latinoamericano. Por su seriedad y apertura, se ha convertido en la principal puerta regional hacia Asia, un “mundo” en el que solos no podremos insertarnos plenamente. Y a pesar de nuestros devaneos, el grupo nos espera desde que, el 10 de febrero del 2014, la presidenta Laura Chinchilla firmó la carta de compromiso para ingresar.
En estos dos años hemos perdido preciosas oportunidades, entre ellas la de incidir directamente en la arquitectura de la Alianza. Pero aún estamos a tiempo de dar un sí inteligente.
Tan innecesario paréntesis se originó en cuatro razones básicas: las presiones de algunos intereses productivos que temen a la competencia de sus pares, los prejuicios ideológicos de algunos ministros, la debilidad de otros y la falta de información y decisión del presidente.
En el balance económico, los beneficios serán muchos, lo mismo que la posibilidad de atemperar algunos impactos sectoriales. Solo esto justifica el ingreso. Pero la nueva realidad regional creada con la salida “política” del SICA, lo torna indispensable. Prolongar la indecisión implica acentuar el aislamiento y crear peligrosos vacíos que otros podrían perpetuar o llenar en perjuicio nuestro. No debemos esperar más.
(*) Eduardo Ulibarri es periodista, profesor universitario y diplomático. Consultor en análisis sociopolítico y estrategias de comunicación. Exembajador de Costa Rica ante las Naciones Unidas (2010-2014).