Llegó la Navidad, una época de contrastes: alegría y tristeza, euforia y nostalgia. Destacan los niños con su ilusión por la magia de la época, el recuerdo de los seres queridos que ya no nos acompañan, las fiestas y celebraciones con las comidas de la temporada, y el dolor de que algunos sectores sociales vivan con serias carencias y frustraciones. En fin, es un tiempo de una gran emotividad.
No obstante, este año, para mí, es diferente, pues ha sucedido un acontecimiento que marca mi vida, y, por su nivel de importancia –que aumenta por la temporada en que estamos–, siento la necesidad de compartirlo con ustedes, tomándome la licencia de escribir sobre un tema profundamente personal: la muerte de mi querida madre, Nury Raventós, ocurrida a mitad de la semana que recién termina.
Mamá fue una mujer de desafíos, estudió derecho en una época en que solo cinco mujeres lo hacían, además de historia, cursando dos carreras, cuando no era normal hacerlo ni siquiera en una. Al final, su vocación pudo más que los deseos de su padre, y se dedicó a la docencia universitaria en la Escuela de Estudios Generales de la UCR, donde llegó a ser catedrática para, luego, tener que renunciar y asumir la dirección de los negocios de la familia ante la enfermedad de mi abuelo.
De ella aprendimos el valor de la excelencia y la rigurosidad, ser buenos y destacar en la academia o en la empresa, parámetro con el que siempre nos midió: “Usted es libre de hacer lo que quiera, pero en lo que escoja debe ser sobresaliente”. ¡Qué difícil cumplir con sus expectativas, pero qué gran razón para motivarse a hacerlo!
Ni qué decir en el campo de los valores, con sus referencias siempre inflexibles: cumplir la palabra, actuar con honestidad, ser dura en la negociación, pero transparente en sus intenciones, y –lo más importante– que nada tiene un valor superior a la unión de la familia, pues cualquier otra cosa es pasajera, pero la familia es permanente.
Mamá, pese a sus ocupaciones, siempre fue una madre presente, y el solo hecho de saber que ahí estaba daba seguridad y solidez a nuestras actuaciones. Era amorosa pero firme, y nunca olvidaba una fecha importante en nuestras vidas, como tampoco olvidaba cumplir su misión de recordarnos nuestra obligación de superarnos.
Ahora que ha partido, curiosamente siento más presentes sus enseñanzas, consejos y llamadas de atención. Las lágrimas que han delatado el profundo dolor que siento por su partida, oxigenarán mis actos para, con hechos, honrar su memoria.
Adiós, mamá.