Nada hay de bueno en el abstencionismo, pero tampoco es el Apocalipsis de la democracia. A fuerza de insistencia, en Costa Rica se le ha querido dar ese carácter. Cierto, durante tres décadas, los 60, 70 y 80 del siglo pasado, la asistencia a las urnas rondó el 80%. En los 90 y en la primera década de este siglo, el desinterés por el sufragio aumentó unos diez puntos y, en el 2006, alcanzó el 34,8%.
Pero la del 2006 no es una marca histórica. En 1958, el 35,3% de los electores se abstuvo de acudir a las urnas. El 32,8% había adoptado la misma actitud en la elección anterior. La década del 50, no hay cómo negarlo, tuvo características especiales. El país acababa de salir de la Guerra Civil y estaban frescos sus traumas. Pero en los 60 las heridas no habían sanado y los presidentes electos, hombres decentes y responsables, no tenían entre sus fortalezas el arrastre de multitudes.
El abstencionismo de los 50 no era presagio del comportamiento electoral futuro y tampoco anuncio de una crisis del sistema. Ángela Merkel acaba de obtener una resonante victoria sin el concurso del 28,5% de los alemanes, que la confirmaron en el cargo ganado cuatro años antes, con la concurrencia del 71% de los electores, un abstencionismo distante en menos de tres puntos del registrado en Costa Rica en el 2010. Pero nadie duda de la solidez de las instituciones democráticas alemanas.
En la república democrática más antigua del planeta, un abstencionismo superior al 40% apenas llama la atención. Barack Obama fue electo, en el 2008, con la participación del 57,1% del electorado y su reelección, el año pasado, apenas atrajo al 57,5% de los votantes.
La exagerada preocupación por el abstencionismo se ha empleado para arrojar sombra sobre la legitimidad de los gobernantes, como si dependiera del número de votos obtenidos. Óscar Arias, es cierto, llegó al poder en el 2006 con el voto de apenas 26,05% de los electores habilitados para ejercer el sufragio, pero pocos recuerdan que Mario Echandi solo obtuvo respaldo del 28,99% del padrón. Medida contra la totalidad de los electores, la mayoría es casi inalcanzable, pero fingimos ignorarlo.
Laura Chinchilla, con el 30,9% del padrón, superó a Obama, dueño del 51% de los votos en unos comicios donde solo participó el 57,5% del electorado. La celebrada victoria de Merkel tampoco empequeñece a la de Chinchilla como porcentaje del padrón.
La elección de 1970 es histórica por el bajo abstencionismo (16,7%) y la magnitud de la victoria del ganador (54,8%), pero ni el mismísimo don Pepe gobernó con respaldo de la mayoría del padrón. Recibió el descomunal apoyo del 42,03%, muy lejos de la mitad.