Los últimos 12 meses fueron muy prolíficos en la atalaya noticiosa. Nos permitieron comentar, analizar, sugerir y meter la cuchara, que es la razón de ser de esta columna. He aquí un recuento de las campanadas más sonoras.
En diciembre del 2014, al hacer este mismo ejercicio, exhortamos al BCCR a derogar las bandas y migrar a la flotación administrada, más flexible y moderna. Dijimos: “Pudo haber reformado el régimen cambiario, pero titubeó. ¡Lástima! Veremos si en el 2015 se redime”. Y lo hizo. En enero, aprobó lo que otros, antes, no pudieron (o no les permitieron) hacer. El 2015 culminó con éxito el largo proceso de liberalización cambiaria iniciado en 1992.
En febrero, visualizamos los cambios políticos que cobrarían vigor en la Asamblea: “El 1.° de mayo habrá que aplanar varias horas el trasero frente al televisor”, dije. Y así fue. La oposición se alzó con el Directorio. Prometió recortar gastos, racionar pluses y condicionar los nuevos impuestos a reglas fiscales para dar sostenibilidad, pero incumplió.
El verano de marzo no logró recalentar la reforma. El gobierno se empecinó en los impuestos. Lo criticamos acremente. En abril, le sugerimos revertir el orden, pero tampoco nos oyó. En mayo, el nuevo Directorio legislativo confirmó su aversión a la exacción. Hacienda se empantanó.
En junio cambiamos de canal. Adversamos furiosamente el proyecto de reglamento para controlar fraccionamientos y urbanizaciones (se nos salió el diablo; disculpas), pero el gobierno, por dicha, desistió. Julio abrió la puerta a la política internacional cuando sindicalistas criollos celebraron jubilosos el referendo convocado en Grecia por Alexis Tsipras, como si fuera un mandato contra la austeridad. Vaticinamos una victoria pírrica. Se la tuvieron que tragar.
En agosto, le jalamos las orejas a un expresidente por insistir en devaluar a pulso. En setiembre, con la inflación más baja en 47 años, sugerimos al BCCR asirse de la ocasión para consolidar la estabilidad (algunos enverdecieron al añorar la era de alta inflación y devaluación). En octubre, el FMI nos dio la razón y el Central dejó entrever que podría bajar sus metas al 3% en el 2016. Abríase el chance de abatir las tasas de interés, encrespadas al caer el IPC.
Pero noviembre presenció cómo ciertas entidades se resistían a colaborar. Aun así, algo bajaron. En diciembre, la Fed subió sus tasas (otro sonoro tañido), pero Hacienda no capituló para apaciguar expectativas y evitar el alza. Serán casos y cosas que seguir en el 2016. Acompáñennos.
Jorge Guardia es abogado y economista. Fue presidente del Banco Central y consejero en el Fondo Monetario Internacional. Es, además, profesor de Economía y Derecho Económico en la Universidad de Costa Rica.