Viví tantas cosas lindas en Naranjos Agrios (Tilarán) cuando era un niño que no pocas veces se me humedecen los ojos tan solo al recordarlas.
Y, feliz de sentirlas aprisionadas en lo más profundo de mi ser, llego a la conclusión de que mi gran amor por la infancia en ese rincón de la altura guanacasteca tiene una sencilla explicación: ahí fui verdaderamente libre.
Creo que esa experiencia inconsciente de libertad, el anhelo más común del ser humano, minimiza las penas propias de la pobreza, a la que debo la falta de uña en un dedo del pie derecho pues se cansó de retoñar.
En mis momentos melancólicos de la edad madura regreso irremediablemente a Naranjos Agrios, del que grabé en mi mente detalles que se mantienen frescos a pesar del tiempo.
Es entonces cuando revivo mis pasos por el trillo pegado a la hilera de naranjos perfumados, hasta superar el hojarascal desparramado por el mangle en el potrero, burlar la cerca antes del yurro y enseñorearme de rosas chinas multicolores debajo de un frondoso higuerón.
Desde el altillo, entre el canto de los pájaros extendido por una fresca brisa, gozaba del remanso de agua tibia brotada por obra de Dios de la loma de los guayabos y chapernos, que mi amiga Lourdes Calderón bautizó como la del “sapito tuntún”.
Las horas volaban como las decenas de golondrinas que copaban el alambre del teléfono en lo alto, para hacer piruetas de despegues repentinos con regresos inmediatos.
A la vastedad interminable del campo, que se perdía ante la vista por la misteriosa y enzacatada laguna Arenal, se agregaba en las noches de verano la inmensidad del cielo de azul intenso colmado de estrellas.
Aullidos lejanos de la manada de coyotes bajaban de las lomas de jaragua seco, mientras los perros amagaban salir a su encuentro sin pasar de los bordes de los patios.
Los chiquillos tendíamos sacos de gangoche en el zacate, para tirarnos de espaldas a escudriñar la inmensa carpa iluminada, a veces con la cara llena de la Luna en primer plano.
–¡Allá están las siete cabritas...!
–¡Vean la Osa Mayor, allá, allá, del centro hacia allá...!
–¡Y el arado, allá está el arado...!
–¡Miren, se cayó una..., se cayó una estrella...!
La libertad eleva la imaginación hasta el cielo.