En los albores del 2012, las noticias acumuladas desbordan la pasarela mediática en busca de una voz. Las hay para todos los gustos, aunque las malas intentan aventajar a las buenas. De aquí la carga de pesimismo reinante en el país.
Entre las malas sobresale la jugarreta maléfica del diputado Fishman sobre la recusación del magistrado Luis Paulino Mora en la Sala Constitucional, la cual cuajó gracias a la aberración de la presidenta de dicha sala que la acogió, a fines del 2011, con sus nefastas consecuencias institucionales. El editorial de La Nación del 28 de diciembre pasado, Día de los Inocentes, intitulado “maniobra en la Sala IV”, puntualizó la gravedad de la jugarreta de este binomio contra nuestra institucionalidad.
Las malas noticias, con todo, no nos deben vencer, al atravesar el umbral del 2012. Si en el frontispicio del infierno Dante escribió: “Dejad toda esperanza los que entréis”, esta es una sentencia de desesperación y de muerte. Más bien, aunque parezca paradójico, el 2011 nos deja un legado espléndido de lucha por la libertad en el mundo, inseparable de la verdad y de la esperanza.
Si lo ocurrido en la Sala IV puede, a título de ejemplo, inducirnos a caer en la desesperanza, la noticia de los malos resultados de nuestros estudiantes, del último día del año, en las pruebas internacionales PISA, nos muestra el camino real: el reconocimiento humilde de nuestra angustiante realidad educativa (la verdad), enfrentado con la actitud del ministro de Educación Pública, Leonardo Garnier, quien se atrevió, con otros costarricenses, a participar sin miedo en estas justas internacionales y, sabedor de los resultados, a reaccionar con hidalguía y apego a la verdad. Así, en vez de quejumbres y pretextos, el Consejo Superior de Educación ya analiza una propuesta de reforma integral de las Matemáticas de primaria y secundaria, tras las huellas de los pioneros de las Olimpiadas Matemáticas Costarricenses, lo cual supone seleccionar a los mejores profesores y promover el respaldo de los padres de familia.
Obviamente, surgirán los enemigos de la educación nacional, anquilosados en sus gremios, pero, si nuestro país quiere, en verdad, salir de este marasmo, debe elevar el nivel de la educación “no para estar entre los mejores de América Latina, como expresó el ministro Garnier, sino entre los mejores del mundo”. Y no hay mejores instrumentos de superación para resistir y triunfar que el sistema educativo, la familia, la institucionalidad y la calidad de los educadores.
La mediocridad, las jugarretas y el pesimismo nos ahogan.