Ya habrá tiempo suficiente, en todos los medios y escenarios, para exprimir la sentencia 4399-2020 del Tribunal Contencioso Administrativo que anuló, anteayer, la concesión del proyecto minero Crucitas, en Cutris de San Carlos, amparada en el decreto 34801- Minaet, en octubre del 2008, en la administración Arias Sánchez.
Es inevitable, justo y necesario, en medio del júbilo de los adversarios de primera fila de este proyecto, felicitarnos todos por cuanto, una vez más, habló el derecho, no la violencia. Retornamos así a esta perogrullada, dogma y arco de bóveda del derecho contra la violencia, carne de nuestra carne y espíritu de nuestro espíritu, para no perder de vista lo esencial. Y lo esencial es lo civilizado y lo civilizado es el antídoto contra la barbarie, que, al arrebatarnos la vivencia de los valores fundamentales, nos deshumaniza.
La alegría externada el miércoles en la noche y más allá nos compromete a todos porque, en primera instancia, habló el derecho por la voz y la palabra de los jueces. Este es el camino. La expresión de unos y otros: “aceptamos el fallo” significa el triunfo de la institucionalidad, sin la cual no hay democracia. Sin ella se resquebraja la arquitectura de la libertad y de la solidaridad.
Esta es una lección desde el presente hacia el futuro y una gran oportunidad de reflexión hacia el pasado. La aceptación de este fallo, hacia el futuro, entraña el compromiso de la coherencia con muchos otros fallos jurisdiccionales, de los cuales podemos disentir, pero jamás repudiar por las vías de hecho o por la descalificación de los tribunales. El grito de “fraude, fraude”, sin fundamento, en materia jurisdiccional o electoral, o los llamados a la desobediencia, por simple rebelión, nos deja en las puertas del precipicio, o bien, va minando, poco a poco, el bien inmaterial de la confianza y con ella la base misma de la institucionalidad.
Una de las características de esta época es la acumulación de problemas y de demandas sociales, la complejidad de las soluciones, la exigencia perentoria de resultados visibles y la sensibilidad inagotable de las cuestiones vitales. La agenda de hoy es explosiva, a cargo de la calidad moral e intelectual de los administradores y, en última instancia, de los jueces, quienes han jurado respetar la ley y hacerla cumplir, todo al conjuro de la sabiduría. Así de simple.
Y, más allá, en las raíces y en el horizonte, está el gran desafío de la educación, no de la educación a medias, para sacar un título, sino perenne y esencial para vivir con dignidad y convivir con sentido y entusiasmo.