El comentario de ayer, en esta sección, del exministro de Educación de Nicaragua, Humberto Belli, sobre los peligros del nacionalismo y, especialmente, de su perversa manipulación, en el caso de Nicaragua, antes con Somoza y ahora con Ortega, merece todos los honores por su valentía, visión y dignidad.
Su lectura vale también para nosotros por cuanto sitúa este conflicto en su justa perspectiva, porque nos alecciona contra cualquier brote de nacionalismo en Costa Rica, nos confirma en la tesis del derecho, que el Gobierno ha mantenido con coherencia y dignidad, y porque, sin decirlo explícitamente, nos alerta contra la amenaza del disparate y del raciocinio simplón, en torno a las causas de este conflicto y a sus posibles soluciones.
El artículo comienza con un recuerdo abominable: “la defensa de la patria”, de parte de Tachito Somoza, en 1957, por la supuesta muerte de 38 nicaraguenses “masacrados” por tropas hondureñas en Mokorón. Así Luis Somoza se juramentó como presidente y tendió un velo sobre el asesinato de su padre, Tacho. El pueblo de Nicaragua, entre ellos los más aguerridos enemigos de Somoza, se movilizó contra Honduras. Todo, como se probó, resultó “una patraña” política, igual que “la repetición del mismo libreto”, ahora, contra Costa Rica, por Ortega, “buen discípulo de los Somoza”. “El nacionalismo –escribe el exministro Belli– ha sido uno de los sentimientos más fáciles de explotar a través de la historia”. “Es un sentimiento atávico y tribal, que convierte a los hombres y las mujeres en fieras”.
Luego, el autor denuncia la hipocresía del nacionalismo exacerbado de parte de “hombres incapaces de sacrificarse por sus esposas e hijos” y “por violadores, incapaces de respetar la soberanía del cuerpo de una mujer” (fiel pintura, agrego, de Ortega, violador de su propia hijastra, con cuya madre –¡horror de horrores!– convive y gobierna. “El pueblo –dice Belli– testimonia su soberanía en un proceso electoral”. Ortega, en cambio, es el “agresor interno” del pueblo de Nicaragua al pisotear, mediante el fraude, la soberanía electoral. Lo hizo hace tres años y lo repetirá dentro de un año. En el centro político de esta “patraña” se encuentra la invasión de la isla costarricense Calero.
Y en el centro de nuestra soberanía se yergue la decisión histórica de 1949 sobre la abolición del Ejército, nuestra declaratoria de paz al mundo, al amparo de la civilidad y del derecho. Hoy estamos pagando con orgullo y convicción la cuenta de su contenido y de su grandeza. Este es un caso único en el mundo y, a la vez, un desafío universal que ni la mezquindad ni la mofa lograrán contaminar.