La periodista Amelia Rueda demostró, el martes pasado, en su programa matinal de Radio Monumental, con un acopio impresionante de testimonios, que los piques, como las fallas sísmicas, dominan el territorio nacional. Todo un diagnóstico social.
Verificó, asimismo, gracias a denuncias concretas, que los oficiales de Tránsito se muestran impotentes ante esta agresión contra la vida y la salud mental y física de los habitantes, bajo el velo estimulante de la corrupción. Se cumple así no la teoría de los flujos y reflujos, de los avances y retrocesos de Vico, Nietzsche y otros, sino a la tica: no como la superación de un estadio anterior para ver las cosas desde otra perspectiva o como retorno de todas las cosas, sino como creciente empeoramiento y desmadre.
Surfeamos los problemas, nos asustamos tres días, nombramos una comisión, que enuncia un esbozo de solución, pero aparece el nadadito de perro, se afianza la desmemoria y todo vuelve a su cauce que, con el paso del tiempo y la acumulación de material, como en las inundaciones y los deslizamientos, avasalla y destruye. Nos volvemos a asustar y el ciclo de agravamiento continúa. Por ello, como decíamos, si tenemos derecho a vanagloriarnos de triunfos certeros y eficaces, grandes problemas nacionales siguen en pie. Estos, en algún momento, se estudiaron y fueron objeto de planeamiento hasta que, de nuevo, se apoderó de ellos la enfermedad nacional de la falta de ejecución por desidia o enmarañamiento institucional.
Ni siquiera el presidente Arias pudo contener la fuerza demoledora de los flujos y reflujos a la tica. Creyó que, como Josué, Dios le había detenido el Sol y así, vencido el curso del tiempo, podía dedicarse in extremis a inaugurar lo inconcluso, lo hecho a medias, lo imaginado y aun lo inexistente, pero inscrito en una placa. Nuestra Presidenta, como sentenció, se dedicaría a administrar la herencia. El Sol siguió, sin embargo, su marcha y alumbró la verdad.
Lo cierto es que los piques continúan, noche tras noche, haciendo añicos el principio de autoridad y haciendo sangrar los oídos de quienes tienen derecho a descansar. Sus actores o autores se dicen piqueteros. Las normas penales los denominan delincuentes en acto o en potencia, igual que sus padres, cuando aquellos son menores.
Los piqueteros nos roban las calles, como las barras violentas se apoderan de las graderías de los estadios. Desde hace años, la gente clama por estas dos formas de barbarie, entre otras. Todo en vano. La ley de los flujos y reflujos a la tica implanta su estilo y sus procedimientos.