Suele ocurrir con mucha más frecuencia de lo imaginado: la tentación de contestar a la violencia con violencia y a la intolerancia con la misma “receta” es muy fuerte y fácilmente gana adeptos.
Y esa ha sido la reacción de muchos estadounidenses después de conocer la decisión del Concejo Municipal de la ciudad de Nueva York de autorizar la construcción de una mezquita a apenas dos cuadras de la “zona cero”, el escenario de los atentados terroristas del 11 de setiembre del 2001.
Para los adversarios de la decisión, esta constituye una afrenta a la memoria de las víctimas y una herida adicional al sentimiento colectivo.
Desde el punto de vista humano, es comprensible la posición de los familiares y allegados de quienes murieron o resultaron heridos en los ataques de aquel día aciago.
Lo peor, y que resulta deleznable, es la manipulación por parte de los sectores más conservadores del Partido Republicano, interesados en sacar provecho político, dada la cercanía de las elecciones legislativas y de autoridades locales, en noviembre próximo.
Personajes como el expresidente de la Cámara de Representantes, Newt Gingrich, y la exgobernadora de Alaska y excandidata a la vicepresidencia, Sarah Palin, sin ningún escrúpulo vinculan islam con terrorismo y se apoyan en esta supuesta relación para justificar su rechazo a la erección de la proyectada mezquita.
Esta respuesta hepática y maliciosa es, por el contrario, la mejor que podrían encontrar los grupos radicales que, en nombre de Dios y del islam, matan e intentan imponerles a otros su cosmovisión.
En lugar de un ojo por ojo, la intolerancia, cualesquiera sean sus expresiones, debe combatirse con libertad, con respeto a las ideas, con fortalecimiento del Estado de derecho... con todo aquello que, precisamente, marque la diferencia entre uno y otro modo de vivir y actuar.
El alcalde neoyorquino, Michael Bloomberg (independiente), fue muy claro: el proyecto –dijo– “es una importante prueba para la separación entre Iglesia y Estado”, y este no tiene derecho a decir dónde rezar.
La difusión de prejuicios y mentiras no es la mejor vía para defenderse de la intolerancia, ni mucho menos el homenaje póstumo más justo para las víctimas del 11 de setiembre.