Los precios de los alimentos vuelven a subir fuertemente. La FAO reporta que el índice de precios de alimentos se encuentra en su nivel más alto desde que se calcula en 1990. Ya superó el nivel del 2008, durante lo peor de la crisis alimentaria. Los precios de alimentos han aumentado 28% en el último año, siendo los cereales, las grasas y el azúcar los que más crecen, mientras que lácteos y carnes lo hacen a un menor ritmo. En nuestro país, los precios de los alimentos aumentaron a un ritmo que es casi el doble que el promedio de todos los demás precios.
Si bien a los agricultores les puede ir mejor ante la escalada de precios, la mayoría de la población se ve afectada negativamente. Especialmente las familias más pobres, que destinan una mayor porción de sus ingresos a la compra de alimentos. En Túnez, por ejemplo, se dice que el aumento de precios de la comida fue la gota que derramó el vaso, y que llevó a las protestas masivas que derrocaron al presidente en días pasados. Ahora incluso se especula que otras naciones vecinas podrían hacer acopio de cereales, con el fin de tranquilizar a sus poblaciones.
Una parte de la explicación de la inflación alimentaria viene dada por una menor producción mundial. Sequías en países que son grandes productores de cereales, como Rusia y Argentina, así como las inundaciones en Australia, han mermado la disponibilidad de alimentos. Pero, al mismo tiempo, la demanda mundial de alimentos viene creciendo exponencialmente. Aunque se habla de una recuperación muy lenta de la economía internacional, hay países con mucha población pobre que están creciendo muy rápido. Particularmente China e India. Esto pone presión sobre la producción de alimentos, que tiene que crecer mucho más rápido que antes simplemente para mantener un balance.
Dado que el problema es que la oferta no alcanza para la creciente demanda, la solución debe venir por el lado de políticas que fomenten una mayor producción de alimentos. En este caso no caben los subsidios vía precios, ya que estos ya están suficientemente elevados. Dado que las inclemencias del tiempo pueden dejar a muchos agricultores sin la posibilidad de aprovechar los altos precios – si no hay producción, no hay venta–, las mejores políticas son las que disminuyen los riesgos de que los agricultores pierdan su cosecha. Inversión en canales y tecnologías de riego, investigación y desarrollo de semillas más resistentes y adecuadas, capacitación técnica para los agricultores, y eliminación de trabas al acceso al crédito y a emprender nuevos negocios, son ideas que van en ese sentido. La nueva política que el Gobierno propone para el sector arrocero, por ejemplo, va en esa dirección. Falta ver cuántas de esas ideas se implementarán.