Una de las acciones ofrecidas por el Gobierno para controlar el abultado déficit fiscal era efectuar una importante reducción del gasto del sector público consolidado, incluyendo el Gobierno Central. Se emitió una directriz presidencial y mi primera reacción fue decir: ¡hecho! Pero del dicho al hecho hay un gran trecho.
Como bien planteó el editorial de La Nación de ayer, hay renuencia de los jerarcas de la mayoría de las instituciones a cumplir los límites establecidos en la directriz que les manda cortar un 20% de las asignaciones presupuestarias de un plumazo, con excepción de la planilla y otros rubros sensibles. El objetivo era ahorrar una suma importante: 106.000 millones de colones. Pero las entidades ofrecieron apenas una tercera parte del total. Quedaron debiendo.
El ministro de Hacienda, Fernando Herrero, ha estado tratando de negociar (diplomáticamente) con las entidades para pellizcar, a lo tico, un poquitico más. Pero aquí no cabe el refrán popular de que a pellizcos se mata un burro. ¡Ni que fuéramos burros! Le sobra visión y buena voluntad en esta dura pelea, pero le falta peso político para imponer recortes de grueso calibre. Es necesario introducir en el cuadrilátero la atlética figura de Laura Chinchilla, asesorada por Hanna Gabriel (su personal trainer), para hacer sentir la autoridad. Si no, van a noquear al pobre de don Fernando. Otra queja fiscal muy severa circuló la semana pasada en la Asamblea Legislativa. Según estudios revelados por el diputado Luis Fishman, en el seno de los partidos de oposición, ciertas partidas presupuestarias se dispararon conspicuamente en los últimos cinco años, coincidentes con el período que tiene el PLN de gobernar. Esas cifras, según afirma, provienen de la Contraloría General de la República e incluyen rubros tan mortificantes como asesorías, consultorías, comidas y bebidas (riquísimas, supongo) incluyendo difusión y propaganda. La suma total es muy alta (yo no lo podía creer), pero prefiero que sea él quien la divulgue.
Los montos y tasas de crecimiento en cuestión no guardan una buena relación con la expansión del PIB. Se engolosinaron, por así decir. Y, claro, mentes comprometidas con la ética en la Administración Pública, como la mía, no podrían pensar nada bien de ese festín de asesorías y propaganda. Algunos sostienen que han privilegiado o favorecerán a sus allegados políticos. Yo solo afirmo que no favorecen la causa oficial de reducir el gasto ni, tampoco, sirven para predicar con el ejemplo. Y aquí, de nuevo, doña Laura tiene que meter los guantes, y no de seda, precisamente. Tendrá que aprestarse a golpear para poder ganar la partida.