Dos costarricenses se han distinguido por su sensibilidad, visión y trascendencia: Julián Marchena y Franklin Chang. Hoy les rindo este pequeño homenaje pues ambos emprendieron, separadamente, su propio vuelo supremo.
Han sido dos visionarios: uno en las letras, otro en las ciencias. Si la literatura es ciencia ficción, la ciencia pura es literatura inédita que la intuición del corazón le dicta a la razón para descubrir cosas maravillosas para la humanidad. En Pascal convergieron las dos. Aquí tuvimos la suerte de tener a Franklin y Julián: la razón y el corazón para engrandecer a Costa Rica.
Julián Marchena nació en 1897 y murió en 1985. Durante su larga vida –88 años– quiso vivir la vida aventurera de los errantes pájaros marinos, según dijo literalmente en una de sus más hermosas poesías modernistas que calaron hondo en las letras costarricenses. Vuelo supremo, publicado en 1943 y recopilado en su única pero gran obra: Alas en fuga , es, quizás, el poema que más me ha gustado y el que más ha influido en mi columna: oponer a los raudos torbellinos el ala fuerte y la mirada fiera'
Chang Díaz emprendió un día la vida aventurera de las errantes ciencias espaciales. Y quiso poder volarsin tener, para ir a otra ribera,la prosaica visión de los caminos. Voló alto en la Nasa –meca de los astronautas– y, luego, desde su empresa, Ad Astra Rocket, dedicada a desarrollar motores de plasma para navegar en sueños y realizaciones. Eso es muy bueno. Y aunque soy incapaz de comprender a cabalidad las minucias de la ciencia espacial – solo puedo navegar en Internet y soy más aficionado a las letras que a las ciencias– la intuición del corazón me dice que lo suyo es realmente de otro mundo, sin exagerar.
Los dos me han inspirado. ¿Podré algún día componer algo tan bello y profundo como Vuelo supremo? ¿Podré acaso volar, en lo que me resta de vida, en un motor de plasma raudo y veloz? No lo sé. Las alturas me dan vértigo. Pero desde aquí, con los pies en la tierra, deseo de corazón que despegue con fuerza y que nadie nunca lo detenga. Marchena emprendió su vuelo supremo en 1985 hacia el distante azul donde moran los poetas inmortales. Dejó en la tierra un pequeño pero gran legado literario: Alas en fuga. Franklin Chang, en cambio, sigue vivito y volando. Está en plena investigación y producción. Su legado está en ciernes. Aún tiene un etéreo espacio por volar y todo un mundo por descubrir antes de partir. Y cuando ese día llegue, no se posará, inerte, en un peñón abandonado –como quiso Marchena al sentir su corazón cansado–, pero sí morirá, estoy seguro, con las alas abiertas para el vuelo'