La realidad superó la imaginación. Si hace una semana alguien me dice: “Vea, Varguitas , al final lo que aquí va a pasar es que, luego de corcovear, el PLN entregará mansamente el Directorio legislativo a la oposición”, yo le habría pedido que dejara de fumar de eso. Se necesitaba una gran metedura de pata y, contra pronóstico, la fracción liberacionista la metió así de grande.
El partido y, sobre todo, el Gobierno pagaron un alto costo y, de paso, le dieron identidad a un bloque opositor que estaba pegado con chinches. Ya muchos han hablado sobre el tema y no lluevo sobre mojado. Además, el artículo de Armando González del pasado martes terminó por desnudar la metida de patas: la defensa enardecida del voto secreto con la que justificaron sus acciones no tiene asidero en la jurisprudencia o en la costumbre parlamentaria. Dixit.
Ya que hablamos del voto en el Parlamento propongo a las y los señores diputados la siguiente reforma: que adopten el voto público nominal como regla para sus decisiones en el plenario. Reformen los artículos 100, 102 y 201 del reglamento para hacer del voto nominal el voto ordinario, incluyendo en esto la elección del Directorio. Con esta manera de votar siempre queda constando en el acta cómo votó, con nombre y apellido, cada congresista, no como ahora que se usan papelitos o hay que ir a las barras para ver quién se pone de pie. El voto nominal se usa en muchos parlamentos del mundo y nadie llora por libertades perdidas. Pero aquí, desde siempre, los diputados se han resistido como gatos panza arriba a esta forma de votar.
¿Para qué sirve el voto público nominal? Para que quede rastro personalizado de las decisiones de los diputados. Al quedar registradas, tienen que justificarlas. Esconderse o hacerse el loco deja de ser una opción. En países donde hay carrera parlamentaria (los diputados se pueden reelegir), el voto nominal los obliga a defender su comportamiento ante los electores, estos pueden tenerlos marcaditos y hasta cobrarles, negándoles el voto, malas decisiones. Aquí no hay carrera parlamentaria, por lo que se rompe el vínculo entre el voto nominal y un eventual castigo electoral. Sin embargo, esto no elimina la eficacia de este tipo de votación. Por una parte, se acaban los votos anónimos, huérfanos de padre y madre. Con las cartas sobre la mesa, cada palo aguantará su vela. Por otra parte, la opinión pública podría apretar en tiempo real a los diputados, obligarlos a rendir cuentas día a día.
Señores diputados: ya que tanto hablan de un nuevo espíritu en el Parlamento, atrévanse a ponerle patitas a ese espíritu y que camine. Con el voto público nominal gana la democracia.