Para nosotros, habitantes de esta sociedad cuyos gobernantes dicen tener la meta de convertirla en país desarrollado en poco más de diez años, los ríos no son más que depósitos de desechos, lugares donde aventar cualquier cosa que se nos ocurra: cocinas viejas, chasises, sofás, refris y toda suerte de chunches. Son también, por supuesto, canales para evacuar aguas negras y grises de muchas casas. Sí, casi todas nuestras cuitas (y no las de amor, por cierto) van a ríos y acequias. La cuenca del Tárcoles es la más contaminada de Centroamérica.
¿Qué significará la palabra “río” en la mentalidad tica, esa que tanto nos ayudará a entrar dentro de poquito al Nirvana del desarrollo? A juzgar por los hechos cotidianos, me temo que algo así como “basurero particular”: el patancito del taller que por no pagar la tarifa en el relleno sanitario tira los restos de un carro a la acequia; la doñita que de camino a misa lanza la bolsa de basura para no tenerla en casa hasta mañana; el chofer de la empresa de limpieza de tanques sépticos que descarga el tanque repleto de excrementos detrás de aquella curva, donde nadie lo ve. Ninguno es un criminal, sencillamente gente común y corriente que cree, como todos, que los ríos son desagues a su servicio.
Cuando llueve en serio y, por supuesto, los ríos y acequias se desbordan desparramando furia y basura, todo mundo pone cara de yo-no-fui sorprendido. ¡Qué catástrofe! ¡Qué mala suerte! Mala suerte un pepino: las pérdidas materiales y, a veces, humanas son la cosecha del estercolero que barrios, comunidades y familias tan arduamente forjaron día a día. ¡Y todavía hablamos de que en una década entraremos a la misma liga que Suecia y Holanda! Primero, debiéramos lavarnos la boquita. El día que nuestros ríos estén limpios, o casi, ese día podremos soñar que en efecto nuestro país está despegando hacia estadios superiores.
El cliché: todo el mundo indignado con el Gobierno. Pues bien, indignémonos con los poderes públicos. Es incuestionable que el INVU, las municipalidades, el Ministerio de Salud y un largo etcétera de instituciones públicas son responsables de la falta de ordenamiento territorial que tanto maltrata las cuencas de los ríos y provoca tanto desastre. Han dado permisos de construcción donde no debían: en muchas ocasiones no es que el río se meta a las casas y negocios, sino que estos se le metieron primero al cauce. Pero si estamos hablando de responsabilidades por los desbordamientos de ríos, nosotros, los habitantes de este país, tenemos la principal. Por sucios, por temerarios, por no entender lo elemental, que a la naturaleza, de la cual somos parte, hay que tratarla como debiera tratase al prójimo: bien.