El sexo vende. Es una verdad universal que damos por sentada, como si hubiera estado ahí desde siempre. Pero, ¿desde cuándo vende? ¿En qué momento decidimos empaquetar el sexo y ponerle un precio? ¿En qué momento se convirtió en negocio?
De acuerdo, la prostitución es –reza el adagio– el oficio más antiguo de todos los tiempos, pero para Candy es más un primer escalón en su plan de negocios.
Candy es una trabajadora del sexo buscando mejor fortuna en un tiempo y un espacio –la ciudad de Nueva York, a principios de los años setenta– en los que el término 'trabajadora del sexo', tan políticamente correcto, no le importaba a nadie: importaba que Candy rondaba las calles cercanas a Times Square en poca ropa, ofreciendo sus formas al postor de turno, lidiando con su competencia –cientos de otras prostitutas– y con proxenetas que convertían las calles de la capital del mundo en una zona de guerra.
Ansiosa por salir de ese limbo de carne, dinero y violencia –o, al menos, sacarle provecho a ese mismo limbo desde una posición mucho más ventajosa–, Candy programa un almuerzo con el director de un show de sexo en vivo. El hombre malinterpreta sus intenciones y le ofrece trabajo: $40 por tener sexo ante una audiencia. Candy, sin embargo, tiene una propuesta diferente: ella quiere estar detrás de una cámara y dirigir.
The Deuce, la nueva serie de HBO –cuyo título hace referencia a una zona de Times Square conocida con el mismo nombre que, en la época, fue el corazón del negocio del sexo en la ciudad– se concentra en la fundación de la industria pornográfica, desde sus inicios bajo el radar de la ley hasta su transformación, a mediados de la década siguiente, en una industria palpitante y multimillonaria.
Fauna urbana. Cuando Candy se reúne con el director y le propone dirigir una cinta pornográfica, las cosas eran muy distintas, lejos de una abundancia financiera, de prácticas sanitarias o incluso de entusiasmo en sus participantes: Candy recluta prostitutas como ella, mientras en su entorno pululan mafiosos, proxenetas, policías corruptos y demás especímenes de una fauna urbana salvaje, que habitan una ciudad de moteles baratos, edificios infestados de ratas y callejones en los que la posibilidad de recibir una puñalada anónima por la espalda son elevadas.
En ese entablado de sexo y violencia, las historias de los personajes se entrecruzan para hilar el relato de The Deuce .
Candy (interpretada por Maggie Gyllenhaal) es cliente regular del bar de la zona, en el que convergen los habitantes de The Deuce. El bar es el centro de otra aventura: la de Vincent y Frankie Martino, hermanos gemelos interpretados por James Franco.
Vinnie es un bartender con grandes ambiciones; Frakie es un ludópata encantador que siempre se sale con la suya hasta que pide dineros prestados a las personas equivocadas. Una movida del destino, sin embargo, lleva a los gemelos a hacer negocios con un líder de la mafia, dueño del bar y a quien deben, en esencia, la vida.
Pareja legendaria. Si bien la acción de la serie se desarrolla en apenas unas cuantas calles neoyorquinas, The Deuce se siente mucho mayor porque examina profundos cambios sociales detonados en la época y que van de la mano con el desarrollo de los personajes: la liberación sexual, el auge del feminismo, la contracultura urbana; todos estos factores hacen que la serie se sienta profunda y redonda.
Algo que no extrañaría a ningún fanático de esta era dorada de la televisión que vivimos desde hace más o menos una década; no está de más decir que esta época de gozo es responsabilidad, en buena parte, de los creadores de The Deuce .
David Simon y George Pelecanos, responsables de la serie, fueron también los creadores de The Wire , un drama de cinco temporadas que HBO emitió desde el 2002 y que es acreditada como una de las obras magnas en la historia televisiva. The Wire fue revolucionaria –y lo sigue siendo– gracias a su exactitud sociológica: las dinámicas entre los personajes nunca estuvieron sobredramatizadas, sino que se mantuvo una estricta fidelidad a la vida en las calles de Baltimore, en las que el tráfico de drogas involucraba a quien se pusiera en su camino.
Ahora, en The Deuce , Simon y Pelecanos traen a la mesa una fórmula similar. Candy, Vinnie, Frankie y todos los demás personajes –en la primera temporada hay 40 recurrentes, una multitud que provoca un relato denso y complejo– se alejan de los estereotipos y pintan una época ruda y extrañamente encantadora; tiempos de rebeldía sexual, de negocios sucios, de chispa y fuego.
En The Deuce nadie es completamente bueno ni completamente malo. De hecho, una de sus mayores virtudes es, precisamente, la creación de áreas morales grises en las que el compás moral danza sin restricciones. Tal como sucedió en The Wire , en esta nueva serie estar de un lado u otro de la ley no garantiza calidad moral. ¿Existe eso en las calles de la Nueva York de la primera mitad de los años setenta?
No, o no al menos de una forma evidente sino disimulada en medio de una lucha de poder generada por las circunstancias: los policías buscan sacar provecho de los criminales, las mujeres buscan independizarse –económicamente, sexualmente, emocionalmente– del patriarcado indiscutible, y los mafiosos buscan salirse con la suya, sobre todo a expensas de otros mafiosos.
El sexo aquí es la excusa; bien lo dijo Frank Underwood, protagonista de House of Cards : “Todo se trata de sexo. Excepto el sexo. El sexo se trata de poder”.
El sexo vende, pero no vende por casualidad. El auge de la pornografía transformó no solo la intimidad humana en casi todo el planeta, sino las calles y las dinámicas urbanas de la ciudad de Nueva York.Pero nada de eso sucedió por casualidad.
Detrás, en cambio, hubo un grupo de personas comunes y corrientes que, como Candy, un buen día decidieron buscar un mejor futuro, aún si desafiaba convencionalismos morales. The Deuce es la historia de esas personas, comunes y corrientes.