Era 1998, una época de oro para el videojuego. En ese año nació The Legend of Zelda: Ocarina of Time , Starcraft , Metal Gear y muchos otros juegos que trascendieron generaciones. Ahora pensemos en Costa Rica en ese mismo año: Miguel Ángel Rodríguez fue electo presidente, Tapón cantaba Hasta la Muerte en la Teletón, y Jorge Luis Ruiz, o Coqui como se apoda, trabajaba en San José, en la tienda de su padre vendiendo videojuegos a través de una ventana que medía tres por tres.
“Papá tenía una compra y venta; le pedí espacio. Lo que estaba de moda era el Super Nintendo americano, y lo que yo hacía era comprar y vender juegos”.
De ese día a hoy, la tienda Video Juegos Coqui, en San José centro, es en el mundo de los gamers un hito. Todos los meses, la página de Facebook (de la tienda) recibe a más de 500.000 visitantes, y es constante.
VEA EL ESPECIAL: La vida es juego
“En Costa Rica había otras tiendas como la mía, como Lazer Video pero desapareció, y en la actualidad está la del Chino (Video Juegos El Chino), que está a punto de morir. Porque para William, el dueño, el negocio de los videojuegos es solo eso, un negocio. Él quiere vender, pero no tiene pasión”, asegura Ruiz.
Coqui tuvo suerte, y su conocimiento sobre los juegos de videos, le permite vivir de lo que ama. Tiene años de pasar detrás de un mostrador, recomendando y aconsejando a los compradores.
Ese contacto directo con el cliente le permitió descifrar qué tipos de gamers hay.
“Existen tres. Primero están los emocionales, que son los que juegan para vencer los retos; una vez que completan el juego, lo desechan. O lo dejan por ahí, tirado. A esos les llamo nivel bajo, esa mayoría compra videojuegos pirateados. Luego está la generación que solo consume juegos modernos, y el último grupo es el de los retros, la vieja escuela, la gran mayoría de estas personas crecieron con los videojuegos y entienden y valoran cada botón y cada píxel”.
Coqui es parte del último grupo. Tiene una colección de consolas y juegos que comenzó hace 15 años; ha jugado Super Mario World, más de 100 veces, y cada vez que puede, viaja a Estados Unidos en busca de juegos originales y empolvados, para rescatarlos y ponerlos en una vitrina.
Esa urna, la puso en medio de la tienda y asegura que, al día, pasan al menos 5 personas para abrazarla.
“Yo tengo un plus: los videojuegos fueron mi niñez, yo sé de que hablo”. Para Coqui, la justificación de que un videojuego pueda costar más de $1.000 es el valor sentimental y las pocas ediciones que puede haber.
Video Juegos Coqui ahora tiene una ventana más grande, decorada con los tesoros de Coqui, por la que todos los días, los que saben de videojuegos pasan a contemplarla y a envidiarla.