Nada como ver tele y darse cuenta de que el espejo negro devuelve la mirada. En la universidad, un profesor de guion insistía en que los mejores antagonistas de las historias están afuera: los súper villanos, los desastres naturales, los jefes, los malos matrimonios, el cáncer que parasita un pulmón, la mafia, hasta la soledad existencial. Pero ahora, en la llamada era dorada de la televisión, todos mis héroes favoritos tienen algo en común. Pelean contra ellos mismos, por dentro y por fuera.
El BoJack Horseman de Netflix se despierta y lo primero que hace es llamarse “un pedazo estúpido de mierda”. Antes de siquiera salir de su casa en Hollywoo (en la primera temporada se robaron la última letra del famoso rótulo y ahora el lugar se llama tal cual), se dice estúpido, gordo, idiota y basura. El resto del episodio, es una batalla épica y perdida contra sus malos hábitos de alcoholismo y la autodestructiva distancia emocional que lo aleja de su familia y amigos. Cuando algo sale bien, él mismo se sabotea para estar solo con el trago. Generalmente, ahí rematan las emociones con un chiste.
A pesar de que el título lo sugiere, en Crazy Ex-Girlfriend el menor problema del personaje principal, Rebecca Bunch, es estar loca por su exnovio de la adolescencia. Está tan ansiosa por regresar a su vida, que los chistes sobre su insistencia se desbordan: se hace amiga de sus amigos, se hace amiga de su novia, se hace amiga de su mamá.
¿Cuántas veces puede uno interrumpir maníacamente la vida ajena antes de que el chiste se agote? Endora, la mamá de Samantha en Hechizada (1964-1972) aparecía y se iba en un menear de nariz. Mejorando la casa (1991-1999) fue tan larga como los noventas y nunca quiso enseñar la cara de Wilson, el vecino entrometido.
La magia con Crazy Ex-Girlfriend es que Rebecca no es ni una antagonista cómica ni chiste pasajero, no es ningún personaje secundario. Es la heroína. Su cruzada loca es heroica porque, detrás de los enredos que crea para regresar a la vida de su exnovio, está deprimida. De hecho, se odia tanto a sí misma que la única forma de seguir adelante es huyendo de su casa y reconstruyéndose en California, a la imagen y semejanza de lo que imagina le gusta al tipo que persigue. Si eso no es un héroe trágico, no me imagino qué lo sería.
Como estas son historias de contraste, no hay manera más dulce de contrastar las dimensiones del odio interior que con el amor que hay afuera. BoJack es tan patán porque todos a su alrededor no lo son. Rodeado de cariño de amigos auténticos (tan rotos como él mismo, eso sí), BoJack se propina sus propios golpes. Rebecca está tan loca porque la única persona conspirando para alejarla de su vida ideal es ella, ella negándose a sí misma. Solo que, a la fecha, no se ha dado cuenta.
No es arbitrario que la década en la que finalmente comenzamos a entender que los problemas mentales (la depresión, la ansiedad, la inseguridad recalcitrante) son un problema de salud pública también sea la década de los protagonistas antagonistas. Porque, contrario a lo que decía el profesor, no hay odio más profundo que el que nace de uno. Pelearse contra el “yo” es un cuento de auténtico heroísmo.
Periodista del suplemento Viva de La Nación. Productora audiovisual y periodista de la Universidad de Costa Rica. Se especializa en temas de artes escénicas, música, cine y televisión.
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