Es casi una tradición costarricense a estas alturas. En cada temporada electoral, un grupo de candidatos se presta para el reality show más frívolo: el espectáculo de la miseria.
Esta vez, el entretenimiento de la noche se tituló: “La pobreza en primera fila”. El escenario: 7 días , cuyos tropiezos no menoscaban su reputación como programa de buen periodismo televisivo. Los protagonistas: cuatro candidatos a la presidencia de Costa Rica: Rodolfo Piza, Otto Guevara, Rodolfo Hernández y Carlos Alvarado.
Sabían en lo que se metían. El televidente también. Pero nos fuimos de cabeza porque, bien que mal, los lunes en la noche 7 días acapara la discusión. Traspiés o no, suele abrir espacios para un diálogo sereno y serio bastante inusual en el resto de la programación de los dos principales canales. Esta vez no fue así: fue un show de la pobreza.
El reportaje, por supuesto, empieza con piano y la frase “La pobreza tiene rostro humano”. Nosotros, los televidentes, no somos pobres, nos sugiere este discurso; la cámara nos lleva a lo que nunca conoceremos. A ver “el safari” desde la primera fila.
Nos montamos con los candidatos en la buseta, que nos lleva a Tejarcillos de Alajuelita. Allá nos espera el representante de una organización, “quien nos hará un tour por el lugar”. Un tour , no se vaya a confundir: no nos quedamos, no volveremos. El paseo es excepcional: es turismo.
Explicar por qué esto es problemático parecería necedad, pero tristemente es el discurso predominante en nuestra discusión política y en muchos abordajes mediáticos, por dicha cada vez menos prominentes y más castigados por televidentes. No sorprende cuando uno de los candidatos evalúa la pobreza en términos morales (hay que “enseñar valores”) porque ya el reportaje así lo dispone. Esa es la fantasía nacional. La pesadilla.
Hay una fórmula horrenda que sobrevive inexplicablemente en escuelas de periodismo: uno hace la nota sobre un tema duro (pobreza) y, luego, busca “el lado humano” (como si todo lo que tratáramos no lo fuera ya).
El sujeto de la noticia se reduce a decoración, a cita de apoyo para tesis concebidas en el ficticio laboratorio del periodista. Quizá eso fue lo que ocurrió aquí: un intento de ponerle “rostro humano” a una realidad “que no es solo fríos números”.
La nota toma un matiz más interesante cuando deja de mostrar las interacciones de los candidatos con las mujeres que visitan en su casa y se vuelca más bien a un debate. Sentados en fila, desmenuzan el problema de la pobreza y aventuran algunas propuestas.
La desconexión entre el tono cálido con el cual le hablan a las señoras y las muecas del discurso político es brutal: quizá aquí haya un acierto del reportaje, pues el foco del reality show se traslada de la pornografía de la pobreza a la teatralidad de la política. No obstante, tampoco es un elemento que el periodista retome ni analice.
Este tipo de shows no logra sensibilizar a la audiencia sobre el tema de la pobreza ni educarla; su fin es el espectáculo, la curiosidad de ver al candidato de camisita de vestir y pelo engominado caminando entre latas. Por eso se desvanece. Estos abordajes reducen la discusión sobre la pobreza a un asunto de carisma de los candidatos y a quienes la sufren a participantes pasivos, a “pobrecitos”, pues. Pero el espectáculo acaba cuando corren los créditos. La pobreza se oculta. Fin .