Al marcar la número de servicio al cliente, la misión estaba clara: cancelar mi suscripción a la televisión por cable. De cómo en cuestión de minutos cambié de opinión y terminé adquiriendo un servicio más caro, bueno, eso mejor preguntárselo a la convincente operadora al otro lado de la línea.
El cuento es que tengo poco más de un mes de ser suscriptor de televisión digital y aún no tengo claro si eso me hace mejor televidente. La culpa no es necesariamente de la compañía proveedora del servicio, sino mía: es como pedir una hamburguesa con todos los extras para al final acabar comiéndose solo el pan y la lechuga.
En mi caso adquirí un “combo” que me aumentó la velocidad del Internet (punto a favor); me dio un número de telefonía fija (que no quería), y me amplió considerablemente la oferta de canales de televisión (el gran gancho).
Del Internet pues nada malo que decir: era justo y necesario. La telefonía fija no me aporta mayor valor y a la fecha la bendita línea está desconectada, dado que es ilógico dejar de utilizar la línea domiciliar con la que ya contamos desde hace más de 10 años y que, vale decir, solo utilizamos para comunicarnos con la familia y rechazar ofertas de tarjetas de crédito (el resto de la humanidad nos busca al celular).
La suma de canales no ha sido tan emocionante como creía, pues pronto caí en cuenta que el control remoto volvía a llevarme a los canales preferidos, los de siempre, los que ya tenía en el paquete básico. Cierto que recuperé canales que en su momento me fueron arrebatados –como Food Network o Home and Garden– pero ya no es lo mismo: se murió el amor para con ellos.
Quienes mejor provecho le han sacado al nuevo surtido son mis hijas, que duplicaron las opciones de canales infantiles a su disposición. La más pequeña, Luciana, se la ha pasado de lo lindo con estaciones para preescolares que hasta ahora conoce, como Baby TV o CBeebies. Aquí hago nota aparte para celebrar que ahora cuento con el canal Tooncast, donde puedo volver a ver a Los Súper Amigos en su versión clásica –e inocentona– de Hanna-Barbera (no es cuento, el día que los descubrí me sentí de nuevo con uniforme de escuela y zapatos ortopédicos).
Recientemente me enteré que prácticamente por el mismo precio que ahora estoy pagando, la compañía también ofrece el mismo paquete, añadiéndole señal en HD y canales premium de Fox. Y sí, es molesto que la empresa se hiciera la maje en ponerme al tanto de esta opción, a todas luces más ventajosa para el consumidor (está de más decir que ya pedí su instalación).
¿Vale la pena pasarse a cable digital? Aún no lo sé. Si bien los beneficios parecen tentadores, en la práctica no han cambiado en mayor parte mi consumo televisivo. Por esto –y al igual que muchos conocidos– no sería nada raro que dentro de un tiempo vuelva a tomar, decidido, el teléfono para echarme otro pulso con un representante.