Buenos días, señor presidente. Disculpe la molestia y más hoy domingo que, presumo, usted debe estar descansado después de lidiar entre semana con los chorrocientos problemas que deben agobiar a un gobernante.
Hace días quería preguntarle: ¿usted vio las corridas de toros a la tica que las principales cadenas de televisión transmitieron a fin de año? Si no fue así, pues se salvó, dado que su contenido (si así se le puede llamar) fue tan lamentable como los de la edición del 2013, y del 2012, y la del año antes de ese... y el anterior.
Más allá de la paupérrima calidad de estos programas es indiscutible que la gente los consume y goza de buena gana. Sin embargo, también es claro que hay un segmento que los detesta con todo su ser y daría lo que fuera por erradicarlos.
Los toros detestan las corridas de toros, don Luis Guillermo. Obviamente ninguno de estos animales está en capacidad de manifestarlo, pero dígame, ¿quién estaría de acuerdo en recibir golpes, empujones y descargas eléctricas a vista y paciencia de los demás?
Los corridas de toros a la tica son una salvajada. Eso no tiene quite, y se lo dice alguien que no es ni de cerca un enamorado de los animales y quien aplaude a la vista de un buen trozo de carne de res a la parrilla. Sin embargo, por muy carnívoro que sea no puedo celebrar el que nuestra cultura “vaquera” tolere que tratemos a la patada a los poderosos animales dentro de un redondel.
Mire, señor presidente, ¿cómo podemos andar rajando por el mundo de nuestra alma verde cuando vapuleamos a un toro como a una bola de fútbol en una mejenga loca? Hasta donde sé ningún toro pidió ser arrojado a la arena de Zapote, Pedregal, Palmares o Santa Cruz. Al contrario, bien felices estarían estos animales si los dejaramos quietos en sus pastos, sin los hostigamientos y provocaciones de los hombres que quieren montarlos, tumbarlos, burlarlos y agredirlos en nombre del “espectáculo”.
Don Luis, concuerdo con usted en que debemos castigar al desgraciado que le amarra una bombeta a un gato o al infeliz que le parte el pico a un tucán. Sin embargo, ¿por qué debemos quedarnos tranquilos cuando, ante nuestros ojos, alguien le clava a un chuzo eléctrico a un toro desprevenido y por la retaguardia (vaya a a ver si lo hace de frente)?
Usted sabrá disculpar pero mi consideración no es para los improvisados y montadores que salen heridos en sus encuentros con un toro, pues nadie los manda a hacerle un desplante a un animal de 500 kilos que, más que enfurecido, está asustado. El que se mete por su propia voluntad a un redondel es el único responsable de su (mala) suerte.
Sin embargo, al toro nadie le preguntó si quería estar ahí, si aceptaba dar su dolor a cambio de nuestro entretenimiento. Por eso, señor presidente, le pregunto, ¿será que podemos ayudar a los toros?