Antes de empezar, valga una aclaración: Si usted no puede concebir que otras personas tengan creencias distintas a las suyas y que analicen sus vidas y experiencias con otra lupa, le ruego que pase de página. Este es un artículo de opinión escrito por alguien que no cree ni en su propia sombra; por un ser humano –como usted– que no vive pensando en si existe algo después de la vida.
Dicho eso, procedamos. Esta semana, el programa 7 Días transmitió un episodio especial dedicado a personas que burlaron la muerte aunque pareciera imposible. El capítulo –muy bien logrado– mostró testimonios de cuatro sobrevivientes de horribles accidentes y espantosas situaciones que, naturalmente, no se le desearían a nadie.
Durante una hora, los relatos me pusieron los pelos de gallina, me revolvieron el estómago y me hicieron preguntarme constantemente en cómo pudo sentirse estar atrapado 40 horas dentro de un carro que perdió su rumbo, estar 12 días en coma después de un golpe, ser rehén de un asalto a un banco, o estar dentro de un avión que se estrella.
La fragilidad de la vida está constantemente en los pensamientos de millones de nosotros, y situaciones como las mencionadas pueden editarle el significado de la existencia a muchos y provocar cambios espirituales o de costumbres en quienes lograr burlar a la muerte para permanecer en este mundo aunque sea unas horas más.
Un común denominador en el programa fue que las cuatro personas que dieron su testimonio de resistencia le asignaron a un dios el crédito de poder contar sus historias tras la tragedia, lo cual es respetable, porque todos tenemos derecho a examinar nuestro destino como se nos venga en gana.
No obstante, en el segmento de la sobreviviente de un accidente aéreo hubo un instante que me paró en seco: “Para mí, ahí se acabó cualquier duda con respecto a que existieran ateos”, comentó la señora, una apreciación que –de nuevo– tiene todo el derecho a tener, pero que simplemente minimiza las creencias de muchos otros seres humanos.
En la misma línea, traigo a colación el testimonio de un costarricense que venció a la muerte tras ser atropellado por un camión mientras iba en bicicleta. Su nombre es Jeudy Blanco y hace unos días, cuando contó su historia por medio de redes sociales, admitió que no cree en dios y que, por eso, no considera que su porvenir haya sido fruto de un milagro o de una intervención divina.
Uno pensaría que, así como la mayoría creyente de este país tiene la libertad de profesar su fe como sea, tendría Jeudy el derecho a pensar que su historia fue producto del azar. Pero leyendo los comentarios que generó la publicación me cuestiono si él realmente tiene esa libertad, pues no pocas personas lo insultaron por no creer en su dios luego de tener a la muerte tan cerca.
¿Qué hubiera pasado con este país si la historia de Jeudy la hubiera transmitido 7 Días? ¿Qué hubiera pasado con él? ¿Es que acaso la única forma aceptable de apreciar la vida es dejarse arropar por el miedo a una deidad? ¿Por qué hay tanta gente a nuestro alrededor que no puede aceptar que hay personas que no oran después de un accidente?
Finalmente: ¿No es un poco narcisista alegar que se sobrevive a accidentes gracias a un dios, cuando muchas personas sí mueren por las mismas situaciones? Tal vez no sea irrespetuoso decir que permanecemos en pie por cosas del azar; tal vez sea la verdad.