Usted es un hombre… ¡Por supuesto! Pero de esos que no tienen ni un ápice de suerte con las mujeres, porque además de misógino es un solterón machista, y un necio impertinente lleno de majaderías y manías.
Es uno de los tantos y tontos invitados a una despedida de soltero. De pronto, en medio de la jarana, sale de un queque gigante una rubia cubierta de crema chantilly, de ojos verdeazulados, labios húmedos y boca perfecta que clava su mirada en la suya; lo paraliza y lo devora, como solo puede hacerlo con sus ojos una mujer… ¡Cataplum!
A la mañana siguiente yace desnuda en su cama, tapada por una sábana; y este hombre –que es usted– mira aterrado el anillo de matrimonio que ella luce: ¡Por un Dios… se casó!... ¡O lo cazaron!
Para el caso da lo mismo y el baboso de Stanley Ford, interpretado por Jack Lemmon, tratará en vano de deshacerse de esa macha que ni quiere, ni desea, ni le hace ni mus, aunque sea la mismísima Virna Lisi, que con el filme ¿Cómo matar a la propia esposa? desembarcó en Hollywood, anclada en la peregrina idea de hacer carrera en esa tierra de humo y espejismos.
Menuda tarea le endosaron los fabricantes de ídolos a la Lisi, que en su tierra ya había sido profeta y ostentaba una seguidilla de anuncios y comedias que la colocaron en la Trimurti de las divas italianas, junto con Sofía Loren y Claudia Cardinale.
Durante los años 60 fue el deseo insatisfecho de todos los adolescentes que, a escondidas y en las últimas butacas del cine, adoraban a Onán con solo contemplarla.
A pocos días de las pasadas navidades, el 18 de diciembre, su hijo Corrado intentó despertarla, pero estaba dormida para siempre. Tenía 78 años y hacía poco le habían diagnosticado un brutal cáncer. ¡Misterios de la vida!
Desde 1958 capturó la imaginación de los italianos con su sonrisa angelical, gracias a un anuncio de dentríficos. De ahí saltó al cine, al teatro y a la televisión; en total filmó casi un centenar de películas.
Con La mujer del día , de Francesco Maselli, mostró toda su vocación de actriz; en 1962 grabó Eva , junto a Jeanne Moreau y un año después El tulipán negro , al lado del apolíneo Alain Delon.
Cruzó el charco para probar suerte en la tierra del oropel y actuó en Asalto al Queen Mary ; La hora 25 , su más sonado éxito, y la taquillera ¿Cómo matar a su propia esposa?
Convencida de su genio y de su clase renunció a vender su talento por un plato de lentejas, porque los quincalleros de Hollywood solo le ofrecían papeles de rubia estúpida, mujer vacía y trofeo de falos descerebrados.
Virna Lisi, la “Marilyn italiana”, mandó al cuerno a los filisteos del celuloide y les dijo ¡Niente!, nadita de nada, no, y una retahíla de ademanes italianos que mejor no repetir.
Es que Virna paró en seco a Frank Sinatra, que no daba puntada sin hilo con todas las actrices; se negó a posar desnuda para la portada de Playboy y tampoco quiso ser Barbarella , la película que catapultó a Jane Fonda. Semejante desplante le cerró, con tres candados, las puertas negras de los estudios cinematográficos.
Made in Italy
Con aquella boca, podía decir lo que quisiera. Solo Virna Lisi se daba ese lujo, merced concedida por el público gracias a un anuncio de la pasta dental Chlorodont.
Por esos días de Dios a duras penas había uno que otro televisor en los barrios; allá, como acá, la chiquillada se reunía en torno al tele del rico de la vecindad y previo pago podía ver la incipiente caja tonta.
Así fue como Virna se dio a conocer entre los espectadores, atentos a la emisión de Carosello, una serie de anuncios que contaban una historia tal como ahora lo hacen los modernos “story-telling”.
Lisi era Cándida, la insolente mujer de Prudenzio Chedenti, que cada nada la mandaba a callar y esta guiñaba un ojo a la cámara y con unos dientes blanquísimos y perfectísimos decía: “¿Por qué?, ¿Dije algo malo?”. De una vez salía el slogan : “Con aquella boca puede decir lo que quiera”.
En principio su padre quería llamarla Siria pero en el Registro Civil de Ancona, donde nació el 8 de noviembre de 1936, le negaron el apelativo porque ese país estaba agarrado del moño con Italia. El testarudo progenitor le endosó Virna, con el apellido Pieralisi, que al cabo de los años la diva redujo a Lisi y quedó para la inmortalidad: Virna Lisi.
Cuando tenía 14 años Giacomo Rondinella –un amigo paterno– la presentó al productor Antonio Ferrigno y contra la oposición del padre la inició en el mundillo de la actuación.
En 1955 filmó Diablillos de uniforme , un remake de la comedia facista que grabó en 1941 la celestial Alida Valli con el nombre de A las 9 lección de química . Ambas para el olvido.. Pero fueron las vallas dentales las que popularizaron aquel rostro divino, de una belleza gélida y embriagadora.
Por ese año comenzó a rodar con Luigi Capuano, Alberto Sordi, Antonio Petrangeli y Francesco Maselli.
La década de los 60 fue la de su esplendor fílmico y también personal. Se casó con el arquitecto y presidente del equipo Roma, Franco Pesci, con quien tuvo a su único hijo Corrado, padre de sus tres nietos: Franco, Federico y Ricardo.
El matrimonio, la maternidad y la vida hogareña la conquistaron y abandonó la actuación, pero un año después regresó a la televisión y de nuevo al cine para compartir papeles con Ugo Tognazzi, Totó y Franco Fabrizi.
Le costó quitarse la imagen de mujer guapa y aún así filmó en 1961 Rómulo y Remo –o Duelo de Titanes – donde encarnó a Julia, una bella romana metida en la disputa entre los fortachones del cine de péplum: Steve Reeves, Rómulo, y Gordon Scott, Remo.
Un año más tarde, con Eva , de Joseph Losey, pudo demostrar que era algo más que una cara divina; bien podría decirse que con esa película surgió la gran actriz.
Tal vez las luces del estrellato la cegaron y aceptó marcharse a Hollywood, contratada por la Paramount para hacer carrera con esa trituradora de huesos. En realidad, ellos solo querían un rostro y un cuerpo bonito que disipara el aire enrarecido tras el suicidio o asesinato de Marilyn Monroe.
Dama del día
El cine comercial estadounidense es válido para quienes gustan de los atajos, pero Virna Lisi era ese tipo de mujeres que dice no, donde la mayoría dice sí, y les va de maravilla.
Para los mercaderes de Hollywood basta un buen cuerpo, aunque apenas pueda articular cuatro palabras seguidas; lo demás lo arreglan los expertos en imagen y vendedores de fantoches.
Con el insípido de Tony Curtis filmó Bromas con mi mujer …no; lo intentó en Asalto al Queen Mary con el manitas de Frank Sinatra y alternó con el faldero de Anthony Quinn en El secreto de Santa Vittoria .
El estilo de vida en Los Ángeles la hastió. El ajetreo de las promociones, las nubes de fotógrafos, las hienas de la prensa y la presión de ser el clon de la Monroe alteraron la normalidad de su vida familiar y explotó.
Para peores, con la Paramount Virna tenía un contrato de siete años, y lo mandó a la porra porque “no podía escuchar más estos comentarios de los directores: ¿Ocupas una mujer guapa? Llama a la Lisi.” Y de la Meca del Cine, salió en estampida: “Personajes vacuos, sin una pizca de cerebro. Por eso me fui y volví a Italia.”
También rechazó ofertas para desnudarse en algunas revistas. “Me cansé de ser tratada como una muñeca”, comentó en una entrevista al periódico Il Messagero . “Cuando decidí que eso se había acabado, comenzó mi verdadera carrera como actriz”.
Regresó a Europa y anunció que se retiraba para estar más tiempo con su familia. No resistió y en 1977, en Más allá del bien y el mal , interpretó a Elizabeth, la hermana menor de Friedrich Nietzche.
El trabajo arduo, la persistencia y la calidad siempre dan frutos. Su rostro maduro, el porte altanero, las formas redondeadas y las arrugas calzaron a la perfección para el personaje de Catalina de Médici, en La Reina Margot , que le valió el premio a la mejor actriz en el Festival de Cannes de 1994.
Ganó todos los premios que valen la pena para una artista. Envejeció con dignidad, nunca pasó por el quirófano y conservó su deslumbrante belleza, sin necesidad de los retoques que hoy trastornan a las aprendices de diva.
Mantuvo sus principios hasta el final. Dedicó su vida a su marido y a su hijo. Su última actuación no fue en el plató, sino en la calle alrededor del Coliseo de Roma. Con el fondo del Anfiteatro Flavio la modulada y serena voz de Virna Lisi leyó –el Viernes Santo del año pasado– las entradas a las meditaciones en cada una de las 14 escenas del Santo Vìa Crucis.
Católica ferviente: “Todas las noches, antes de dormirme, rezo una oración. Esta es la educación que he querido transmitir a los míos”. Hacía 15 meses que empezó a morirse, el día que falleció Franco –su marido– con quien vivió 53 años.