Bastó una promesa y ¡Ábrete sésamo! “Podrás tener lo que ocupes y cuando lo quieras: así soy de rico”. Parpadeó y dijo: “De acuerdo, pero estoy casada”. ¡Naderías! “¿Cuánta plata quiere tu marido por el divorcio y asunto arreglado!” Nada como un hombre práctico.
El dinero es el mejor afrodisíaco. Vicki Morgan era camarera, joven y casquivana. Alfred Bloomingdale, maduro, heredero de un imperio comercial, fundador de las tarjetas Dinners y muy, muy, pero muy complaciente.
Se conocieron en un restaurante de Sunset Boulevard en Los Ángeles –California–, y él quedó boquiabierto ante la esbelta rubia vestida de mesera. La atrajo a su mesa, le puso en la mano un cheque de $8, 000 y dijo: “Eres una chica muy especial”.
Constance Reid alumbró a Vicki en Colorado, el 9 de agosto de 1952. Su papá, Delbert Morgan, las abandonó por otra mujer. La madre se casó con Ralph Laney, pero este murió de un infarto; la niña y sus tres hermanos quedaron desamparados.
Por su parte, Alfred nació con una cuchara de oro en la boca. El padre de las tarjetas de crédito alardeaba de haber gastado $1 millón en rameras; creía que podía comprarlo todo, excepto a su esposa Betsy.
Resuelto el tema del marido Vicki conoció los gustos eróticos de su amante: humillar a las mujeres. Elizabeth Abbot describió en Amantes el primer encuentro sexual de la pareja: “La desnudó, la ató boca abajo en la cama y le pegó con un látigo. Otras dos prostitutas estaban amarradas y él las azotó hasta marcarles la piel”.
Alfred la instaló en un apartamento de lujo, le compró joyas, un Mercedes Benz; contrató una cocinera y una mucama, renovó su vestuario, pagó un tutor para que afinara sus modales y exhibir a su “muñequita” ante sus amigos.
Para soportar las sesiones sadomasoquistas y el sexo grupal tres veces a la semana, Vicki apeló al Valium y a compras compulsivas en las que despilfarraba hasta $100 mil. Nunca estudió y tampoco ahorró nada de los $18 mil que recibía por mes.
La relación duró 12 años, con varias rupturas por las sospechas de Betsy, o por que Morgan sostuvo lances con otros hombres, por puro berrinche.
Todo iba de maravilla hasta que Alfred se dio cuenta de una cosa: era mortal. A los 66 años le detectaron un cáncer. Murió rodeado de enfermeras y abrazado a su mujer.
Antes tuvo la absurda idea de confesar su aventura a Betsy y esta se vengó; asumió el control de las finanzas, canceló los cheques a la amante, la echó del departamento y la redujo a la miseria.
Morgan planteó una demanda por $10 millones; adujo que dedicó los mejores años de su vida a Alfred y fue su consejera y amiga. El juez rechazó el caso y añadió que Vicki solo fue una meretriz bien pagada, adúltera e inmoral.
Amor de la calle
A los 15 años Vicki tenía una estupenda figura y descubrió que con una sonrisa y varios contoneos los hombres boqueaban. La madre la inscribió en una academia de modelos y la dejaron preñada. Su hijo Todd bamboleó entre los cuidados de su estricta abuela y el cariño de su escandalosa mamá.
Como el trabajo escaseaba más que los hombres se casó con Earle Lamm, un vendedor de ropa de 50 años; vestía camisas abiertas hasta el ombligo y cadenas de oro en el cuello.
La perversión de Earle era observar a Vicki en triángulos con hombres y mujeres. Para compensarla le compró un Cadillac y después un Mercedes 208-SL.
En esas andaba cuando se topó a Bloomingdale. Este le prometió que aunque muriera, nada le faltaría. Al final, ni la mencionó en el testamento.
La muerte de Alfred, en 1982, la quebró. Para seguir su tren de vida escribió sus memorias, pero no encontró quién se animara a editarlas, para evitar líos con la élite económica y política.
De la nada apareció un tal Gordon Basichis, que terminó siendo su confidente y amante, pero este no tenía un centavo para pagarle sus caprichos y a duras penas imprimió Hermosa chica mala .
El libro fue un fracaso. La desesperación agarró del cuello a la gastadora compulsiva y ahí apareció su verdugo: Marvin Pancoast, un adicto a 33 años, sin oficio ni beneficio, al que conoció en una clínica de desintoxicación.
Los dos compartieron un apartamento para ahorrar gastos; según Marvin las tres semanas que vivieron juntos fueron un infierno. Vicki se creía la Reina de Saba, lo trataba como a un esclavo y era el palito de sus enredos. Le hacía las compras, masajes en el cuerpo, cocinaba y limpiaba la casa.
Además la modelo fumaba como una ramera en viernes santo, hablaba como una descosida y solo recordaba sus días con Alfred.
La noche del 7 de julio de 1983 mandó por enésima vez a Marvin a comprarle cigarrillos y chicles. Sin saber por qué él tomó un bate y cuando regresó la encontró dormida, le atizó una y otra vez en la cabeza y la dejó como una sandía cuando se estrella contra el piso.
Marvin confesó el crimen a la policía, pero después se retractó y alegó que era víctima de una conspiración del Presidente Reagan, para evitar que divulgara unos videos pornográficos, donde aparecía Vicki con medio gabinete republicano. Lo condenaron a 27 años de prisión.
Un benefactor anónimo pagó el funeral de Vicki Morgan, que se realizó sin su cuerpo porque el fiscal lo confiscó. Los asistentes escucharon Sound of Silence , de Simon & Garfunkel: “Hola oscuridad, mi vieja amiga. He venido nuevamente a hablar contigo”.