En el principio el rap flotaba sobre su alma. Crispaba su espíritu, bullía en su cabeza y saltaba en su cuerpo.
Desde niño fue un negrote enorme; mofletes carnosos; ojos caídos; labios de coliflor; barbilla escueta y cara de “dame-una-excusa-para-romperte-el trasero”.
Lo sorprendente de su vida fue que lo mataran a los 25 años y no terminara antes en un depósito de basura, con un tiro en la cabeza y la lengua de corbata.
Inteligente pero perezoso, de ahí que su profesor de matemática le advirtió que si faltaba más al colegio terminaría como recolector de basura.
En realidad la pegó, porque Christopher Wallace –conocido en autos como The Notorius B.I.G– acabó como recolector, pero de billetes, porque fue uno de los más extraordinarios raperos y su álbum póstumo Life After Death , vendió 28 millones de copias.
Tenía varios apodos: Biggie Smalls o Big Poppa; pero fue The Notorius B.I.G, el que lo inscribió entre los inmortales del rap ; relacionado con su oronda figura, pues era como la sombra de una montaña.
Su madre Voletta era maestra y emigró de Jamaica a Nueva York, donde se enamoró de George Latore, un tiro al aire, que la dejó embarazada de Cris, quien nació el 21 de mayo de 1972.
Una que otra vez el progenitor caía por la casa, dejaba un puño de dólares de peaje con el ánimo de reconquistar a Voletta, pero sin el menor interés por el niño, que le tenía horror.
Al menos así lo describen en Notorius , una cinta estrenada en el 2009, con Jamal Woolard en el papel del rapero. El panegírico reúne todos los requisitos para declarar “santo súbito” al poeta callejero.
Compartió pupitre en el Instituto Westinghouse, en Downtown Brooklyn, con futuras luminarias como Shawn Corey Carter, que nadie conoce así, sino como Jay-Z. Este es considerado el rapero más rico del mundo, con una fortuna superior a los mil millones de dólares.
La verdadera escuela de Wallace fue la calle Fulton donde aprendió dos cosas: la dura vida de ser negro y el buen negocio que resulta vender drogas en las esquinas.
Desde los diez años comenzó a traficar en las aceras. Un apretón de manos bastaba para cerrar el trato, en una quedaba la bolsita con la dosis diaria y en la otra el billete.
La adicción a la plata fue peor que a las drogas y pronto escaló posiciones en el negocio. Se movió tan rápido que tropezó y le echaron el guante, a los 17 años.
Unas vacaciones en la prisión le sirvieron para depurar su vocación artística; en la celda afinó su innata habilidad para contar, de manera gráfica y comprensible, las angustias del negro promedio de la Costa Este de Estados Unidos.
Tras salir de prisión conoció a su hija Tyanna; tendría otro hijo, Wallace Jr., con su esposa Faith Evans.
Según The Notorius, la cárcel y la calle le enseñaron que lo que no mata a un negro, lo hace más fuerte.
Listo para morir
Con una recién nacida a cuestas y acicateado por alcanzar su sueño saltó de la calle a un estudio y grabó unos videos; estos llegaron a la revista The Source y le dedicaron un artículo en su columna – Unsigned Hyppie – para aspirantes a raperos.
A los 22 años, convertido al gansta, grabó Ready to die y vendió un millón de copias. La crítica lo recibió como a un profeta musical, un mesías oscuro que describía de manera genuina, autobiográfica y realista la violencia en los guetos negros y el mundo de los camellos de la droga.
Antes había lanzado, en solitario, Juicy/Unbelievable, que se coló entre los primeros 30 puestos.
El éxito de The Notorius B.I.G. lo enfrentó a sus competidores de la Costa Oeste y, suponen algunos, a los mafiosos que controlan las productoras y el mundo del espectáculo.
En 1995 recibió varios premios y tuvo un altercado que lo distanció de Tupac Shakur, punta de lanza del rap en California. Tupac lo acusó de orquestar un intento de robo y asesinato en su contra.
Más tarde Shakur firmó un millonario contrato con Death Row Records, la empresa rival de la neoyorquina Bad Boy Record, y las dos costas se fueron a los pistoletazos.
A los 25 años The Notorius estaba en el cenit de su carrera. Se casó con Faith, la cantante, e iba a tener un hijo. Le sobraban los billetes, las presentaciones y su vida escandalosa alimentaba de carroña a los depredadores de la prensa del espectáculo.
Todavía ronda en el misterio quien dio la orden para asesinar a Tupac el 13 de setiembre de 1996; ese muerto lo cargaron a la cuenta de The Notorius, que estaba bastante molesto porque Shakur –en una canción– aseguró haberse echado al saco a Faith.
Pasada la medianoche del 9 de marzo de 1997 el rapero y su pandilla salieron de una fiesta privada en el Petersen Automotive Museum, tras participar en Los Ángeles en los premios Soul Train Music.
El auto de se detuvo ante un semáforo. Otro vehículo se acercó. La ventanilla bajó lo necesario para asomar una escopeta y The Notorius escuchó el último rap .
Sin que existan sospechosos ni motivos reales surgieron varias teorías sobre el crimen. Todas apuntaban a saldar una cuenta por la muerte de Tupac, otras a rencillas entre las bandas disqueras del Este y el Oeste, lo cierto es que B.I.G siempre salía de la casa con un par de pistolas.
Como nadie vuelve de la muerte, no hay que desearla para ninguno. The Notorius B.I.G no fue el hombre que su mamá quería, sino el que necesitaba ser. La calle Fulton, en Brooklyn, fue su vía dolorosa.