El dardo de la traición anida en nuestro propio patio. ¿Qué motivó a un discípulo a vender a su Maestro, por el precio de un esclavo muerto por negligencia? Treinta piezas de plata era una suma ínfima; hoy apenas servirían para comprar un par de zapatos.
Las circunstancias y la víctima generaron multitud de respuestas. Desde los sueños fulgurantes de los herejes antiguos, hasta las descabelladas especulaciones de los críticos modernos; sin olvidar las teorías “termocéfalas” de los gnósticos.
Judas Iscariote presenció los milagros de Jesús, escuchó su Mensaje, compartió el pan y la mesa con Él, manejó la “bolsa” del grupo de Discípulos y la noche de su traición besó a Jesús y este le dijo: “Amigo, ¿para qué has venido?”
Soplón, poseído por el demonio, ladrón, codicioso, los Evangelistas no ahorraron epítetos para referirse a Judas, ya que la primera comunidad cristiana apenas entendía que uno de ellos hubiera cometido tal felonía.
Las únicas referencias válidas para conocer a un personaje –tan particular– son los cuatro evangelios y los Hechos de los Apóstoles, donde San Pedro detalla la muerte del infame.
En principio nunca se menciona cuándo, ni cómo, ni por qué Judas fue aceptado en el estrecho círculo del Mesías, pero Juan dejó ver que este era el tesorero del grupo, encargado de administrar los fondos destinados a los pobres. Añadió otro dato: era hijo de un tal Simón.
Si el lector desea rastrear el origen del Iscariote puede empezar por ese nombre, que deriva de sicarius; una palabra latina referida a un cuchillo corto utilizado por los zelotas –un grupo de terroristas urbanos de la época– empeñados en atacar las guarniciones romanas para sacarlas de Judea.
Otros pueden decantarse por la pista de Judas un apelativo bastante frecuente en el Antiguo y el Nuevo Testamento; tanto así que entre los Discípulos había dos iguales y para diferenciarlos usaban el sobrenombre Iscariote. Ese apodo provenía de “Kerioth” o “Carioth”, una ciudad de Judea.
Resulta que los apóstoles, en su mayoría, eran galileos y este hecho –sugieren algunos exégetas– pudo ocasionar una antipatía natural hacia él entre el grupo de los Doce, porque los evangelistas Mateo, Marcos y Lucas lo citan como un traidor. Juan va más allá y mencionó que Jesús lo eligió, pero en realidad era un diablo.
Cuales fueran los intereses de Judas al unirse a los Apóstoles estos se precipitaron con la entrada de Jesús a Jerusalén, el domingo 2 de abril. Solo le quedaban pocos días para colocar al Maestro contra la espada y la pared, justo en la Pascua.
Vale señalar, para los neófitos, que “La coincidencia entre un viernes y la Pascua no se realizó, hacia la época de Cristo, más que el 11 de abril del 27, el 7 de abril del 30 y el 3 de abril del 33” concluye el erudito Daniel Rops, en Jesús en su tiempo, concluyendo que la fecha idónea para ubicar la crucifixión fue la del año 30.
La noche del traidor
Judas mostró su verdadero carácter el día que María –hermana de Lázaro– perfumó el cabello y los pies de Cristo con un “nardo auténtico y de gran valor”. Toda la casa de Simón, el Leproso, se inundó del aroma. Iscariote reclamó el derroche y adujo que pudo haberse vendido en más de 300 denarios, y usar el dinero en beneficio de los pobres.
Plinio, el naturalista romano, consideraba que para conservar el olor puro del nardo había que guardar la esencia en un frasco de alabastro. Se requerían varios kilos de ese liquen parduzco para obtener unas cuantas gotas. El lector podrá imaginar el verdadero valor, además de que era un perfume de moda entre las más refinadas damas del Imperio.
Los indescifrables intereses de Judas coincidían con los Príncipes de los Sacerdotes y los Ancianos del pueblo judío, jefeados por Caifás –el líder del Sanedrín–: apoderarse de Jesús con astucia y matarlo.
Por eso los buscó y negoció la delación por 30 tetradracmas, unas monedas acuñadas en Tiro y las únicas que podían atesorarse en el Templo, según la ley judía, como pago del tributo anual.
Aparte de la avaricia, que le endosó Juan al señalar que robaba la bolsa de los pobres, la decepción pudo ser un detonante. El Reino de Cristo no era de este mundo y Judas deseaba lo contrario, por las buenas o las malas.
Sin acabar la cena del jueves se marchó para hacer pronto, lo que debía de realizar. Llevó el cinismo al extremo y preguntó al Maestro si él era el traidor. Salió en medio de la noche y regresó al Huerto de los Olivos con una tropa de 400 guardas, que cayeron al piso cuando escucharon a Jesús decir: “Yo Soy”.
Los artistas, como Giotto o Masaccio, pintaron un beso en la mejilla como el signo de reconocimiento, pero en realidad debió de ser en la mano, porque El Talmud prescribía esa obligación con los Maestros.
Cuando se enteró de la magnitud de su crimen regresó al Templo y lanzó las monedas al piso. De ahí las recogieron los Sacerdotes y con esa plata hay dos versiones: una, los pontífices compraron un terreno; la otra, según San Pedro, el mismo Judas lo adquirió con el precio de su iniquidad y ahí se ahorcó: “cayó de cabeza, se reventó por medio y se derramaron todas sus entrañas”.
Tal vez Judas pensó que Jesús pasaría por encima de todos, como cuando caminó sobre las aguas, multiplicó los panes o detuvo una tormenta.
¿Por qué lo hizo? El pecado es un misterio.