Ojo abierto: Ganó el talento infantil

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Crítico de televisión Concurso. El domingo pasado finalizó con éxito de audiencia, la primera temporada de Pequeños gigantes , en Teletica. Punto alto del espectáculo de tele: el vestuario, muy lucido y muy bien armonizado con cada una de las presentaciones, y la orquesta en vivo, aún cuando hubo momentos donde el sonido fue incierto. Punto bajo: la dirección de cámaras, nunca tuvieron conexión con el baile, casi siempre estuvo tarde en el registro de la acción, ni construyó una dinámica individualizada para cada uno de los pequeños espectáculos ofrecidos. Punto medio: la dinámica emocional. En lugar de buscar un cause de tensión creciente, con un gran final, más bien pasó como un programa común, que solo alcanzó un poco de emoción extraordinaria en el momento del anuncio de los ganadores, más por la habilidad de Édgar Silva, que por la propuesta organizada del programa.Así, el programa transcurrió lento, sin grandes emociones. No había muchos puntos de interés ni en la competencia, ni en las cuestiones accesorias. El jurado parecía especialmente relajado y dedicado a los elogios, mientras los concursantes estaban más cerca de la camaradería que de la lucha.Un aspecto sumamente positivo fue la elección de los ganadores en manos de la gente. Teletica respetó la voluntad del televidente, quienes eligieron a los ganadores con sus votos telefónicos, rompiendo la hegemonía de los jurados sobrepoderosos.Otro punto alto fue la variedad y, dentro de ella, los momentos alegres y bien logrados. La parodia de Romeo y Julieta estuvo bien producida, por ejemplo, aunque falló un tanto en la dirección, porque no funcionó como comedia, si bien la expresividad de los niños es un valor en sí mismo y logra salvar el instante.En un ambiente distendido, había algunos pocos elementos de sentido especial, como algunos clips, donde los niños expresaban su gratitud por la experiencia de haber sido partícipes del concurso. Por cierto, ellos hablaban a la cámara ya con mucha naturalidad, y se les notaba cuánto han aprendido de la expresividad para televisión. Tristemente, el fondo de la imagen del testimonial era negro extremo y restaba calidez al programa.Como el centro del espectáculo son las presentaciones artísticas, debo decir que no me parecieron tan espectaculares como uno espera de un programa final. El repertorio de canto restó emoción y las coreografías fueron movidas y bien ejecutadas, aunque no llegaron a un nivel de acabado perfecto.Los jurados sí anotaron muchas veces el crecimiento, lo cual habla del esfuerzo de los niños que desplegaron en escena su energía. En general, el baile me pareció el segmento mejor producido de todos, y donde los estudiantes alcanzaron mejores logros. En canto se notó el avance, sin llegar a ser cautivante o conmovedora la interpretación.En todo caso, quien haya trabajado con niños, sabe lo difícil que es alcanzar con ellos un nivel de atención constante y de disciplina sistematizada, suficiente para lograr cumplir con una rutina artística. Teletica demostró que hay posibilidades de hacer algún proyecto artístico con niños en ciertas condiciones de exigencia, lo cual es algo muy positivo para el desarrollo de productos de ese tipo en el país.Lamentablemente, dentro de lo bueno del programa, la televisora mostró su lado oscuro. Buscaron la manipulación emocional del público, con un golpe de efecto que necesitaban para la final y que no pudieron producir por otros medios.Se presentó como sorpresa a uno de los niños: un video donde el padre, que al parecer nunca ha visto porque vive fuera del país, lo saludaba, deseándole mucho éxito y diciéndole que lo apoyaba.Demás está decir que el niño rompió en llanto y la cámara recogió el rompimiento emocional de un niño con un acercamiento a su emoción, cuyos sentimientos fueron expuestos ante la televisión nacional, solo para complacer a un público necesitado de experiencias emocionales ajenas.Esa manipulación de las emociones desdice toda la filosofía creada alrededor de los programas y evidencia un contrasentido, pues refuerza un antivalor familiar que el niño no es capaz de comprender por sí mismo.








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