El Chinamo festeja 10 años de éxito, al punto de llegar a ser uno de los referentes de la TV navideña y, en general, de las fiestas de fin de año. Sin embargo, la celebración de la década está lejos de ser novedosa, más bien recicla ideas y momentos populares y resulta añejo, agotado en sí mismo, como las últimas gotas de la naranja exprimida.
Tal vez, la mirada es lanzada hacia el pasado con la intención de cerrar un ciclo de producción y que el nuevo ciclo comience el próximo año. Eso sí, el programa es una mezcla bien hecha de concursos, humor y musicales, y todavía se sostiene porque la gente, en general, está en tono de fiesta por estas fechas y la tele debe recoger esa emoción en pantalla. El Chinamo es el reflejo de ese gozo.
Ahora bien, la debilidad que veo es la combinación de publicidad encubierta de mal contenido. Entre cada uno de esos segmentos de este programa, hay publicidad recreada con personajes vendidos y animadores a juego con ellos, tan ocupados por el texto comercial, que son incapaces de crear situaciones divertidas.
Si usted elimina todos esos comerciales y une los segmentos del programa propiamente dichos, resultaría más dinámico y más entretenido. Sin embargo, alargado al máximo con esos infocomerciales, el programa se vuelve lento y matan el interés. De hecho, en El Chinamo , no se siente una emoción creciente ni nos obliga a seguirlo viendo. Las cosas están muy bien organizadas desde la logística de producción, pero no desde la cadena de emoción.
Por supuesto, la publicidad es importantísima. No habría Chinamo sin ella. El punto es que la escenificación de la publicidad está descuidada. Solo el Banco Popular lo hizo bien: presentó un concurso coreográfico donde participa un adulto mayor en el baile, y lo hace con tanta energía y gracia que logra causar una sensación gratificante de alegría y ánimo. Ahora bien, parece ser algo casual porque los otros participantes son bastante normales. Es decir, cada día pudo ser alguien especial o pudieron ser varios. Si hubiera un sentido profundo de lo escénico, quiero decir.
En fin, ahí está muy bien entrelazado el asunto comercial y el divertimento. El espíritu de juego, de competencia y de diversión, tanto para quien participa como para quien lo ve en la casa. En los demás, la publicidad parece un discurso forzado al punto de ser molesto, porque es descriptivo en lugar de ser imaginativo y dentro de una dinámica de juego para ver con entusiasmo. Si El Chinamo pierde juego, pierde sentido.
Este año, particularmente, la variedad de animadores es mayor a la variedad de concursos. Lamentablemente, otra vez, la mayoría de ellos están en función de la publicidad y menos en función del entretenimiento.
En contrapeso está el humor. Y los personajes de comedia me parecen desaprovechados. Les falta gracia porque, en lugar de mostrarse en situaciones graciosas, deben recitar publicidad en tono de un personaje desprovisto de carácter, al punto de notarse carentes de toda autenticidad.
Los humoristas también se muestran por debajo de otros años. Carlos Ramos, por ejemplo, está más en función del personaje de sí mismo que en su función humorística. Tardan más en ver cómo va vestido –un asunto absolutamente accesorio– y eso retrasa la cadena de chistes para que su espacio sea intenso y divertido. Al final, es como el engolosinamiento consigo mismo, como un confite presumido de serlo. En el programa de radio, él está más concentrado en el curso de la situación cómica y su ingenio brilla más.
El ventrílocuo hace un esfuerzo de actuación, pero su rutina es básica. Hay humor, pero no hay show . Y las caracterizaciones de los personajes son pobres, por eso su escenificación es limitada. Eso sí, hay técnica en el manejo del muñeco y en la construcción de la voz.
Algo curioso: el programa olvidó ser interactivo. Usan las redes sociales de una manera muy primaria, solo para enviar saludos, sin aprovechar el verdadero potencial de las redes para jugar con la gente en casa. Tal vez, el próximo año.