Cuando llegamos al Centro Turístico Las Tilapias en Siquirres , antes de las 7 p. m. del pasado sábado, su administrador, Gilberto Chito Shedden estaba inquieto, con dudas de que, el canal National Geographic pasara el documental que se lanzó el 19 de julio y que él no vio en su pantalla –pero porque era para el mercado estadounidense y no el latino–, como sí se dio esta vez.
“Estoy nervioso mae, ¿y si no lo dan? No han pasado ningún anuncio estos días”, dijo incrédulo, e incluso no elevó mucho la voz días previos en su pueblo con el miedo de que no se transmitiera nada.
A las 7:05 p. m., el actor Alec Baldwin hizo la introducción del especial 125 años de NatGeo , y Chito , al verse en pantalla con el título Touching the dragon ( Tocando al dragón ), rodeado de clientes en su restaurante, subió el volumen en los cinco televisores del local y tomó asiento con cerveza en mano.
“Sí siento nostalgia, ¡claro mae! fueron 23 años juntos y ahora que desapareció sí le vuelve a dar a uno cosilla. Hasta ahora me doy cuenta viendo esto que Pocho era tan carga, que buena nota”, comentó el administrador y pescador de 54 años.
En cada corte comercial, la clientela le aplaudía, entre ellos una familia de Ohio que visitó el sitio. Casi al final del documental, cuando el reportero gráfico Roger Horrocks ingresó al agua para tocar, en el primero de dos intentos, a Pocho, Chito confesó lo que le dijo el periodista de NatGeo.
“Se salió, no se aguantó. Me dijo: ‘Es que me estaba mirando directo a los ojos’”, reveló entre risas.
Al final, la nostalgia le ganó a Chito, que sentado con la silla al revés, tal si fuera un niño, intentó contener las lágrimas. Sus ojos se pusieron llorosos, pero siempre mantuvo su peculiar sonrisa.
“Me cambió la vida Pocho, porque aprendí a valorar más las cosas. Tenía muchos amigos mae, de verdad, de esos que dicen que son amigos y luego no los volvés a ver. Pocho sí era mi compa. En 23 años nunca me hizo daño, incluso, y esto no lo sabe la gente, intenté liberarlo en un río porque tenía problemas con la ley, aún no me daban los permisos, y él, no se quiso ir”, recordó.
“Siento como un logro, un toque nostálgico, pero al final es una satisfacción de traspasar fronteras entre el animal y el hombre, feliz de romper ciertas leyes de la naturaleza. Es muy bonito cuando llego a algún lugar, y me piden fotos o cosas así, lo motiva a uno”, afirmó.
¿Lo haría otra vez? A su inolvidable mascota la mantiene disecada en una especie de museo, en su centro turístico, el cual dispone de cabinas, piscina, servicio de restaurante y tour en bote por la reserva que protege.
Sin Pocho, Shedden sigue dedicado a su negocio, y a mantener su reserva ecológica, donde viven ranas, monos, diferentes especies de aves, iguanas, de 20 a 25 lagartos pequeños y tortugas. Incluso, a estas también las tiene adiestradas como si fueran cachorritos.
Basta un paseo en bote con él para darse cuenta de su conexión con los animales que cuida.
Además de su local propio también se dedica a otras actividades. “Soy cantante, hago eventos de música, animación de fiestas privadas y tarimas. También, sigo en la pesca, ahí paso viendo en los ríos los lagartos, me les acercó, los veo, los analizo y digo: ‘Este mae puede ser compa mío’. Desde que estoy carajillo me ha cuadrado los cocodrilos, me conozco bien. Yo convivo con ellos todos los días, no es fácil domarlos pero, cuando uno quiere hacer algo... lo hace”, expresó.
Consultado de sí intentaría domar otro cocodrilo, Chito aceptó que sí, pero ya no con la intención de exhibirlo como pasó con Pocho.
“Yo pasé muchos años sacando los permisos de Pocho, eso lleva su trámite, hay que tener veterinario, un biólogo, permisos del Minae, del Ministerio de Salud, del Cenasa, todo tiene su proceso. Yo si domo uno, que sea solo para mí, no para el público, porque tendría que sacar más permisos. A veces a uno le gustaría mostrarle a la gente, me fue muy bien en público, pero yo sufrí mucho, la gente me decía muchas varas”, confesó Chito.
Shedden dijo que recibía comentarios desde “ese hijuep... se está haciendo millonario a costas de ese cocodrilo’’, cuando cobraba ¢2.000 la entrada, hasta frases que ponían en duda su confianza hacia Pocho.
“Había gente mala vibra que me decían: ‘Ese cocodrilo se lo va a jamar, me sentía un poco mal, ya cuando llamaba a Pocho se me olvidaba, pero muchos me metían miedo. Yo no estaba haciendo una maldad, lo cuidaba y a la vez divertía a la gente ¿Cuántos turistas cree que vinieron solo por ver a Pocho?”, se preguntó Chito, aún más orgulloso de ver la historia de su amigo, en las cinco pantallas de su local.